lunes, 15 de septiembre de 2014

Panamá. Vanguardista, próspera y chocante

Llegar a Panamá fue sin duda una de las etapas más duras del viaje sin embargo el primer país   centroamericano nos ofreció paisajes de ensueño, playas paradisíacas en sus islas caribeñas, una ciudad cosmopolita e interesante y la posibilidad de contemplar una de las obras maestras de la historia de la ingeniería.  Panamá además nos regaló la amistad de Luz, Ceci y Santi, tres argentinos con los que viajamos hacia el norte y con los que disfrutamos de playas, ciudades y noches de fiesta a ritmo de reagge.

Panamá City. A la vanguardia de centroamérica.

Panamá es pequeña pero su fisonomía es la de una gran ciudad norteamericana. Sus rascacielos blancos e impolutos son torres de cristal que se reflejan en la bahía queriendo impresionar a todo aquel que lo observe con su majestuosidad. Y sin embargo, si se echa la vista al suelo aparece el desorden, el bullicio y quizás la suciedad de  una ciudad de contrastes en la que los autobuses escolares norteamericanos han sido pintados de color rojo; los conocidos "diablos rojos" juegan a las carreras por las calles y avenidas, los famosos sombreros con el nombre del país se arremolinan en puestos callejeros. Panamá tiene síndrome de Estocolmo, y es que Estados Unidos ha dejado su impronta en esta nación centroamericana. Paseo por sus calles intentando comprender la relación tan íntima que han tenido estas dos naciones hasta que en el año 2000, EEUU devolviera el canal a los panameños y abandonara el país dejando un puñado de Mcdonalds, y mucha ideología gringa. Ciertamente hay dos Panamás que se miran de frente; la próspera, blanca e inmaculada y la colonial, decadente y más austera pero colorida. Es como meter en una coctelera Miami y La Habana. Me quedo con la de las casas señoriales, la de calles adoquinadas, la que se encuentra en ruinas, la que se ilumina con cafés y palacetes por las noches, la que mira al mar desde su muralla. Y la que esconde tras cada esquina un sabor latino y colorido.







Canal de Panamá.

Panamá no sería lo que es sin su archiconocida obra titánica de la ingenieria , el canal de Panamá. No puedo irme de la ciudad sin hacer una visita a las esclusas de Miraflores y ver como los cargueros y petroleros que llegan desde el Atlántico intentan llegar al Pacífico y viceversa. Es muy interesante, saber como realmente funciona ya que ha sido uno de los logros de ingeniería más importantes y prácticos de la historia, evitando que los barcos tengan que cruzar entre ambos Océanos por el cabo de Hornos en el extremo sur del continente americano. Esta obra ha ahorrado dinero y tiempo a miles de buques desde su inauguración en 1914. Con la visita a este símbolo del progreso y la conectividad del siglo XX digo adiós a la capital panameña. Para dirigirme a uno de los paraísos terrenales que ofrece el país, el archipiélago de Bocas del Toro.








                                 

sábado, 30 de agosto de 2014

BIEN ACABA LO QUE BIEN EMPIEZA


Llevo mucho tiempo dándole vueltas, releyendo mis estropeados diarios de viaje, rebuscando en mi memoria los momentos y observando las fotografías que hice ya unos dos años atrás. El blog se quedó en Panamá, justo desde aquel hostel de ambiente colonial vería su última publicación. El viaje continuó, se siguieron escribiendo páginas de lugares,gentes y aventuras, las plasmaba en mis cuadernos pero ya no pude seguir publicando puesto que mi ordenador no soportó los miles de kilómetros que llevaba a sus espaldas aplastado en mi mochila junto a los calcetines sucios, algo tan común hoy en día pero que para mí suponía un lujo fuera de mi alcance en aquel entonces.

Ahí se quedó todo. Acabé mi viaje justo en vísperas de la Navidad y regresé tras un año largo a mi querida España. Un vuelo que tomé desde la paradisíaca Cancún rumbo a Madrid ponía punto y final a un viaje y a una etapa de mi vida. Una etapa, la más intensa, retadora y llena de encontronazos hasta el momento. Por supuesto lloré cuando las ruedas del avión dejaron la pista del aeropuerto mexicano.

La vuelta no fue nada fácil, fue por momentos dulce,muy dulce y por otros amargos. Pasé de ser un viajero, un aventurero, o un vividor, como muchos me etiquetaron, a ser el tipo corriente y normal que vive en el centro de una ciudad normal, con su vida normal, pero...la "normalidad" se había vuelto para entonces en algo muy preciado y fui feliz cuando me reencontré con mi familia y amigos en la misma estación de tren que me vio marchar un año y pico antes, estallé literalmente de emoción.

Unas horas antes, en el otro lado del mundo, me despedí, en Guadalajara (México), de mi gran amigo y compañero de viaje, Ricardo y también dije adiós a dos grandes amigas Cris y Pilar. Fue quizás una despedida torpe como si no quisiéramos ver que eso se acababa, y cuando crucé el filtro de seguridad del aeropuerto pude sentir como la emoción nos invadía a todos a la vez, no miré atrás y me di cuenta que una parte de mi vida se quedaría siempre allí con ellos. Entonces recordé la gente que dejé en el camino; Santi, Ceci, Luz, Gonzalo, María, Nieves, David, Elena y una larga lista de gente que no sabría si volvería a ver. Una vez leí que la vida trata de aprender a despedirse y yo aunque ya voy siendo mejor, nunca me acostumbro a decir adiós.

Volver a la rutina me costó lo mío, al principio me daba la sensación que todo a mi alrededor había cambiado, pero al final me di cuenta de que el que había cambiado era yo. Poco a poco dejé de despertarme sobresaltado en mitad de la noche creyendo que estaba en aquélla diminuta tienda en medio de alguna selva junto a Riki y fui acostumbrándome a la mullida y confortable cama de mi habitación. Al poco tiempo comencé a trabajar, empecé a trazar planes de futuro y poco a poco de aquel Jacobo viajero y aventurero fue quedando tan sólo un recuerdo y un par de fotos. Me dolía abandonar esa faceta pero era parte del trato y sino me habría traicionado a mi mismo. A día de hoy he avanzado bastante profesionalmente, pero trabajo demasiado. A veces me siento y trato de imaginarme cualquier atardecer que vi en aquel viaje, algún olor me recuerda a algún mercado de alguna ciudad de algún país latinoamericano, alguna cara me resulta familiar, y a veces siento la libertad que un día tuve. A veces hablo con mi chica de esto y de nuestros futuros viajes juntos, tengo mucho que enseñarle y descubrir con ella. Pero de momento sigo siendo un tipo normal.

¿Por qué acabar esto después de tanto tiempo? porque escribir me transporta a esos lugares una vez más, y quizás en este momento lo necesite más que nunca. Porque es parte de mi historia. Porque es algo mío y hago y deshago como quiero y cuando quiero, y porque una amiga y compañera de trabajo me sorprendió el otro día cuando me dijo que me leía, que le inspiraba y que quería que lo acabase. Así que ahí va, se retoma el viaje Mayte.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Cruzando la frontera decisiva. De Colombia a Panamá.

Octubre 2012.

El cruce de Colombia a Panamá era uno de los momentos cruciales del viaje. De esto dependía culminar con éxito la expedición o por el contrario recoger los bártulos y volverse a casa. Y estuvimos a un minuto de que pasara lo segundo.

Mucho nos habían hablado a lo largo de nuestra ruta hacía el norte sobre lo difícil y peligroso del cruce, ¿la razón?. Una impenetrable selva y su correspondiente cordillera se interponen entre Colombia y Panamá, la zona se le conoce como el tapón del Darién y es una de las últimas fronteras naturales que quedan en este, ya tan comunicado, mundo. Entre los peligros que esconde la región tenemos actividad narcotraficante y de la guerrilla colombiana FARC y es además un lugar infestado de serpientes venenosas y mosquitos con la densidad más alta de dengue y malaria de todo centroamérica.

Bien, con tal panorama barajamos varias opciones, desechando en primer lugar un carísimo avión totalmente fuera de presupuesto que nos cruce y una travesía idílica en velero por el archipélago de San Blas. Lo único que nos queda es embarcarnos como tripulantes en algún mercante que tenga rumbo al país vecino pero pasan los días y no lo conseguimos. Sólo nos queda la opción más larga y barata. Un cruce de cuatro días.

Para ello tomaremos un bus eterno hasta Montería y de ahí un coche que cruza la selva hasta Turbo. Nuestro conductor, Michael, de 26 años, es un trabajador nato y vive con su novia recién embarazada en la casa que él construyó con sus propias manos para los dos. Gracias a su hospitalidad conseguimos pasar la noche en su porche y refugiarnos de Turbo que es un pueblo peligroso, infecto y oscuro. A la mañana siguiente nos acerca al muelle desde donde sale nuestra primera lancha, con dos horas de retraso, hasta Capurgana.

Durante el trayecto cruzamos los manglares hasta llegar a un mar azul, de bahías cristalinas y sosegadas. Llegamos a Capurgana, que será nuestro último pueblo en Colombia. Aquí el tiempo se detiene. Se trata de un pueblecito pesquero, turístico y aislado de la civilización por la selva que lo rodea y la ausencia de carreteras. La única manera de llegar es en barco atravesando un Caribe esmeralda.
El pueblo es pequeño y encantador, y me imagino que así sería la Moraira de antaño que me describía mi abuelo. Capurgana se asoma a un pequeño puerto natural donde las aguas transparentes dejan ver los arrecifes. La selva verde, intensa, aplasta a la población por el oeste y las palmeras se dejan caer sobre la arena y aguas cálidas del mar Caribe. Pasamos una reconfortante noche aquí.

Amanecemos con una tormenta tropical que afecta toda la zona y que hace que los paisajes y colores del mar se vuelvan espectaculares. La lanchita, un cayuquito, atraviesa un mar de aceite esmeralda mientras nosotros nos empapamos con una lluvia torrencial.
Al cruzar Cabo Tiburón entramos en territorio panameño, antes hacemos una parada en la bahía de ensueño de La Miel de aguas turquesas y donde la selva acaricia el mar. Tras dos horas llegamos a Puerto Obaldía, puesto fronterizo y militar, y pueblo aislado de la civilización.

Ya estamos en Panamá pero entrar va a ser más difícil de lo que esperábamos. Con unas leyes aduaneras más que exigentes y un agente de aduanas incompetente y que ejerce el abuso de su autoridad, la mayoría de gente tiene problemas para entrar por este punto de la geografía panameña. Y como no podía ser de otra manera a nosotros nos toca, en particular a Ricardo a quién casi lo deportan, conmigo detrás. Después de mucha psicología, paciencia y habladuría conseguimos ambos la estampa en el pasaporte. Eso sí, tardamos un día para entrar, cuando este trámite se hace en apenas 20 minutos. No somos los únicos que lo sufren.

Pasamos el día merodeando por el pueblo como zombies con el resto de viajeros, esperando a que se junte un grupo para que salga una lancha a Cartí, el primer punto que tiene conexión con la ciudad de Panamá.

Aprovechamos para hacer amigos; una alemana que lleva un año dando la vuelta al mundo en su bicicleta. Unos músicos argentinos, errantes como nosotros y con los que acabamos haciendo buenas migas y compartiendo momentos tanto en Panamá como más adelante en Costa Rica. También está Jay, el neozelandés que conocimos de camino a Turbo y con quién establecemos una fugaz pero bonita amistad.

Esperamos hasta casi el punto de desesperar. Tenemos que pasar la noche en Puerto Obaldía, hasta mañana no saldrá la barca. Dormimos en el patio de una casa aún húmedos del día en el mar. Hemos comido poco y bebido menos. Nos queda poco dinero.

Al día siguiente al amanecer embarcamos en un cayuco de apenas 6 metros de largo y 2 de ancho, con un motorcito de 75cv. Pasaremos 8 horas aquí hacinados, empapados por las tres tormentas tropicales que cruzamos y tiritando de frío por el viento del mar. El viaje es duro, muy duro, y pienso en los miles de subsaharianos que hacen algo parecido para llegar a las costas de mi país. Yo lo hago por placer ellos por necesidad. Siento compasión.

La otra cara de la moneda es la oportunidad de atravesar la remota comarca de Kuna Yala, haciendo escalas para repostar en pequeñas islas donde los Kuna siguen viviendo alejados de la civilización y el ritmo frenético de la vida moderna siendo una de las tribus indígenas más aisladas del mundo actualmente.

Cruzamos también la infinidad de islas paradisíacas que forman el archipiélago de San Blas donde algunos islotes son tan pequeños que apenas hay espacio para tres palmeras cocoteras. Parece que estemos navegando por un fondo de pantalla de Windows. Mientras tanto la impenetrable selva de la cual nos hablaron pasa frente a nosotros a unas cuantas millas, acompañándonos siempre como telón de fondo.

Finalmente, entumecidos, hambrientos y muertos de frío, con el equipaje empapado y con imagenes difíciles de borrar de la memoria llegamos a la playa de Cartí, donde cogemos un 4x4 que nos cruza la selva hasta la cosmopolita y moderna ciudad de Panamá.

Llegamos al hostel después de cuatro días vagando, durmiendo en el suelo y después de pasar casi dos dias sin comer. Por fin una cama y una ducha caliente. Alguién sugiere un McDonalds... Bienvenidos a Panamá donde la selva y el estilo de vida gringo se encuentran.

viernes, 26 de octubre de 2012

COLOMBIA. Viva, diversa y colorida.

Septiembre y Octubre de 2012.



Colombia, tierra cafetera, de ron, salsa y aguardiente nos recibe con un paisaje de montañas verdes, praderas y vacas que dista mucho del concepto que uno tiene de este país. Hemos entrado desde Ecuador, cruzando valles con volcanes realmente bonitos y nos dirigimos a nuestro primer destino en territorio colombiano, Cali.

Cali. Al son de la salsa.

Realmente nuestro paso por Cali es fugaz, de apenas tres días. Mucho nos habían hablado de Cali, famosa en sus tiempos oscuros por ser el cartel rival del de Escobar en Medellín. Lejos de ser una ciudad bonita, Cali se ahoga por el día en el Valle del Cauca y se refresca por las noches cuando los timbales, trompetas y maracas dan los primeros acordes de la salsa.
 La capital colombiana de la salsa nos enseña nuestros primeros pasos en este baile caribeño y "el dile que no", "el carrito", "carrito y no la suelto" o "exhibela" son expresiones que unimos a nuestro vocabulario y diario de vivencias de este viaje. Pasamos momentos muy divertidos intentando seguir a nuestros profesores y nos llevamos un buen sabor de boca de esta primera experiencia colombiana.
Sin embargo, Cali no consigue seducirme, se trata de una ciudad destartalada, en algunos puntos sucia. Ni moderna ni antigua, sin muchos monumentos destacables y sin nada característico. Eso sí los caleños son gente realmente acogedora, amable y muy feliz.
Además es aquí donde pruebo por primera vez el guarapo, un zumo de caña de azucar y lima que ayuda a soportar el calor húmedo de esta ciudad.



Guarapo

Clases de salsa

Bogotá. Políticamente correcta.

Tras otro autobús eterno, a lo que ya estamos acostumbrados, llegamos a la metrópoli más alta del mundo y a la tercera capital detrás de La Paz y Quito. Bogotá a  2600m es monstruosamente grande, sobrepasa los 7 millones de habitantes, pero para mi sorpresa está bastante bien organizada.
Gracias a la hospitalidad de Bea Pino, tenemos un triplex de diseño en la mejor zona de la ciudad a nuestra disposición para poder disfrutar de Bogotá durante casi una semana, somos realmente unos afortunados.
Nuestra casa tras una noche de Pizzas y fiesta


Durante seis días descubro una ciudad moderna, con aires europeos llena de sushi-bars,restaurantes y discotecas con estilo. El barrio Chicó, donde nos quedamos, nada tiene que envidiar a los barrios residenciales más famosos de capitales de renombre. Aquí los modernos complejos de viviendas trepan por las laderas de las montañas de la cordillera oriental, y hace que las calles se cubran de una espesa vegetación y de parques perfectos para hacer footing después de un duro día de trabajo en la zona financiera, un poco más al norte, donde los edificios de vidrio y acero son los protagonistas, o quizás en el sur donde los rascacielos más emblematicos de la ciudad de la década de los 70  como el Avianca o la Torre Colpatria se entremezclan con un centro bullicioso, con estampas más populares, plazas llenas de vida, cafés clásicos y vendedores de esmeraldas.
El barrio histórico es "la joya de la corona". Realmente bien conservado, puedes pasear por pintorescas calles coloniales con fachadas y balcones de entre los siglos xvi y xix, visitar el museo del hijo pródigo del arte colombiano, Botero o trepar por las empinadas calles que te llevan al corazón del barrio de la Candelaria, el barrio universitario y bohemio de la ciudad, colorido y simpático con miles de sitios acogedores y originales donde comer barato o tomar una birra. Es aquí donde encuentras la Plazoleta del Chorro de Quevedo lugar donde Jiménez de Quesada fundó la ciudad en 1538.
La guinda de este pastel histórico es la monumental plaza Simón Bolívar, donde en 360 º puedes observar diferentes estilos arquitectónicos que definen las diferentes etapas y los acontecimientos más significativos de la ciudad. Si se tiene suerte, como nosotros, un simpático vagabundo, famoso ya en la plaza, hará de historiador y te contará los secretos de esta plaza con un importante significado en la política e historia del país.

Botero

Patio colonial

Plaza Simón Bolívar

Centro de Bogotá

Subiendo a Monserrate

Bogotá desde Monserrate



Además de visitar museos, como el inigualable Museo del Oro, ver iglesias coloniales y barrocas y subir a ver las panorámicas desde el cerro Monserrate en un moderno teléferico, también tenemos tiempo para disfrutar de la escena nocturna bogotana, selecta y muy animada en la famosa zona T, donde los clubs, discotecas y casinos más vanguardistas y exclusivos ofrecen dosis altas de diversión a precios más que caros.

El camino verde que lleva a Medellín.

El trayecto Bogotá-Medellín es quizás uno de los viajes más bonitos que he hecho desde que salimos de Santiago.
El camino comienza sin mucho atractivo pero es cuando el autobús pasa por el último pueblo de las afueras de Bogotá cuando el paisaje se torna espectacular. La carretera abandona los 2600m a los que se encuentra la capital y va descendiendo entre valles verdes y riscos nublados. Pronto aparecen las primeras poblaciones, de casas coloridas, la mayoría con porche y en la puerta unas gallinas correteando. Alrededor de los pueblos hacen acto de presencia plantaciones de aguacate, caña de azucar, guayaba y café. Hay preciosas haciendas esparcidas por las laderas, de esas que evocan historias de novela.
De repente las montañas se vuelven altas de nuevo, el bus trepa por ellas y las vistas se vuelven panorámicas y superlativas. El paisaje de la zona cafetera de Colombia se me clava en las retinas, que intentan captar cada detalle de los valles verdes, las plantaciones que se descuelgan por las empinadas laderas como si parchearan las montañas, los acantilados de vértigo y las tormentas tropicales que se van formando ya a estas horas de la tarde en diferentes puntos de la sierra.




Medellín. La vanguardia irreverente.

La segunda ciudad en importancia de Colombia nos recibe con una marea de luces anaranjadas titilantes que se van cayendo desde las montañas hacia el valle que encierra a los 2.5 millones de habitantes que la forman.      .
Nos dirigimos a la casa de Felipe, que nos acogerá durante unos días mientras conocemos la ciudad y a su pueblo, los paisa. "Paisa" es la denominación que se les da a los que viven en esta zona de Colombia y tienen fama de ser muy orgullosos de su tierra y muy acogedores.
La primera noche la pasamos hablando con Felipe sobre qué ver y hacer en la ciudad. A simple vista parecía que no nos iba a ofrecer mucho pero Medellín está en constante renovación y pasear por sus calles es descubrir porque es un referente para el resto de metrópolis sudamericanas. Ejemplo de desarrollo urbanístico, económico y social.
Durante los tres días que pasamos recorriendo sus barrios, veo arquitectura contemporánea en bibliotecas y centros de negocios, destacando las bibliotecas España, EPM y Lagraif. Parques impolutos donde relajarse, como el de "los pies descalzos" o el oasis del Jardín Botánico con su orquideareo. Edificios ultramodernos como el Edificio Inteligente, y emblemáticos como el Coltrej de los 70. Poco o nada hay de arquitectura clásica,excepto el coqueto y colorido "Pueblito paisa" donde aun puedes pasear entre balcones coloniales y casas de colores y la Catedral que construida con un millón doscientos mil ladrillos se trata de la mayor de sudamerica en su categoría. También hay que mencionar que la ciudad está muy bien comunicada por un moderno metro, y que incluso hay una comuna (barrio) con escaleras mecánicas y otra con el famoso metrocable. Una de las líneas de metro efectivamente es un impecable teleférico que trepa por el suburbio de Santo Domingo. Y es que Medellín no entiende de clases, las mejores bibliotecas con sus famosos diseños arquitectónicos reposan en los barrios más desfavorecidos, el metro llega a la casa de la persona más humilde y el inglés se promociona desde el norte hasta el sur de la ciudad, de ahí el lema de la ciudad "Medellín, la más educada". Todo esto crea una imagen de la ciudad un poco distorsionada, los yonkis (que se ven a centenares) quizás víctimas del pasado cartel gobernado por Pablo Escobar en los 80, se mezclan con ejecutivos de traje. Las casas más básicas de los suburbios tienen como telón de fondo espectaculares obras arquitectónicas y modernas estaciones de metro. En una manzana pasas de ver gente tirada en el suelo con síntomas de muerte, a universitarios tirados en el suelo de su campus diáfano de hormigón y fuentes mientras prestan atención a una conferencia gratuita sobre la cultura maya. Todo aquí está junto, lo mejor y lo peor de la sociedad, los ricos y los pobres, los que estudian libros y los que lo hacen en las calles.
Es una ciudad que mira al futuro intentando fomentar la unión de todos y la igualdad de oportunidades. Sin embargo yo me pregunto si tanta infraestructura espectacular en barrios tan pobres conseguiran el objetivo de crear una sociedad más justa o el rico seguirá mirando desde la comodidad de su ventanilla de metro o teleférico como los desteñidos barrios periféricos admiran obras de un mundo muy lejano al suyo.
Sea como fuere merece la pena intentarlo, y Medellín, la ciudad de la eterna primavera cree en su proyecto de desarrollo que es interesante conocer y entender.

Biblioteca EPM



Parque Botero



Pueblito Paisa.

Catedral de Medellín

Metrocable sobre Santo Domingo


Jardín Botánico.


Camino a Cartagena.

Serpenteamos por carreteras de vértigo para salir de la ruidosa Medellín, de la cual yo empezaba a estar saturado durante una noche espectacular, de tormenta tropical. La mañana nublada pero tranquila da paso a un paisaje que ha cambiado, estamos ya cerca de las costas caribeñas y las altas montañas quedaron atrás. Ahora las colinas suaves y las praderas son la norma. Una alfombra verde, salpicada con grandes árboles como el camajo, palmeras cocoteras y plantaciones bananeras pasan por delante de mis ojos. Parece que hemos llegado al trópico.También se ven infinidad de cebúes pastando y asentamientos indígenas  que  bien podrían ser Emberas o Tayrona por la zona geográfica. El bus se acerca poco a poco a la mágica Cartagena de Indias.

Luces y colores de Cartagena de Indias. 

Cartagena de Indias enamora. Te embauca y te envuelve en su aura de romanticísmo, en sus luces de crepúsculo con buganvillas carmesí que se precipitan desde los balcones coloniales. Los faroles de forja de luz anaranjada que iluminan calles adoquinadas cuando el sol se esconde tras un mar Caribe que alimenta tormentas y tempestades como las que azotaron a galeones en las épocas de piratas y colonizadores.
Piérdete por Cartagena, por sus calles de fachadas de colores pastel, de palacetes y geranios y portones con enormes almadrabas con forma de iguana, con balcones escondidos en la hiedra y ahogados en buganvillas. Azules, verdes,rosas, morados, blancos, marrones todos forman parte de esta acuarela encerrada en las murallas construidas por los españoles para proteger el oro de la corona allá por el siglo XVI, cuando los temibles piratas como Francis Drake saqueaban la ciudad desde el mar Caribe. Piérdete en la historia, crea la tuya propia y dejate llevar por los sugerentes hoteles, restaurantes y terrazas que hacen de este sitio uno de los lugares más exquisitos del planeta. Ven con dinero y sino haz como yo cómprate un "raspado" o una cerveza y disfruta de las plazas rebosantes de vida, los atardeceres y la colorida vida cotidiana del caribe colombiano. Hay una Cartagena alternativa en Getsemaní, igual de colorida menos lujosa y más auténtica ,de puestos de comida callejera, partidas de ajedrez en la plaza de la Santísima Trinidad y noches de salsa, sudor  y aguardiente  en la calle la cuál disfruto y exprimo hasta la última gota.









Tayrona. Conexión con nuestro estado salvaje.

En donde la Sierra Nevada se tropieza con el mar Caribe, en la región de Santa Marta, se encuentra el salvaje y espectacular Parque Nacional Tayrona donde los monos ahulladores observan tus pasos y las serpientes Mapana acechan con su mordida letal, las playas, muchas de ellas vírgenes despliegan una belleza solo digna de ser admirada por los que se aventuran por los senderos que cruzan la espesa jungla del parque.
 Llegamos al pueblo de Calabazos,las puertas del Tayrona, ya de noche después de pasar por Barranquilla y Santa Marta. Nuestra intención adentrarnos en el Parque por la noche y amanecer ya en la playa idea que desechamos cuando los locales nos insisten en lo peligroso que es andar por la selva cuando está oscuro sobretodo por la temida serpiente Mapana. Puesto que no queremos acabar como aquel "gringo" incauto decidimos hacer noche en este simpático pueblo, que inevitablemente me recuerda al Macondo que Gabriel García Márquez describe en su Cien años de Soledad.
Del establecimiento que hace las veces de tienda de ultramarinos y bar, sale un repertorio de rancheras a todo volumen mezclado con carcajadas mientras los hombres del pueblo toman cervezas y se gastan bromas. Los niños corretean, las mujeres charlan alegres sentadas en las puertas de las casas, los jóvenes ligan. Nos invitan a formar parte de esta "fiesta" improvisada y familiar, hablamos con la gente les decimos de dónde somos, a dónde vamos que hacemos y lo pasamos en grande. El dueño del local, Manuel, nos deja acampar en el patio trasero, donde tiene un corral de peleas de gallos, todo sea para que la Mapana no nos muerda. Echamos un sueñecillo ligero y con las primeras luces del alba emprendemos camino a Playa Brava.
El cielo amoratado va dando paso al día mientras nos adentramos en una espesa y sofocante jungla. Ver amanecer en la selva no es algo que se haga todos los días y ver como la tupida Sierra Nevada despierta es una experiencia única. El camino se hace duro, poco a poco vamos avanzando por un sendero que conforme se aleja de la civilización se convierte en poco más que una pista que seguir. Atravesamos ríos, pasamos troncos caídos infestados de hormigas, árboles cuyas raíces forman sugerentes formas, hay lianas y se escuchan infinidad de ruidos. Somos un punto en una masa verde. Tras horas de caminata comenzamos a oir el rugido del mar, aún tardaremos una hora en descender a Playa Brava.
Playa Brava es una bahía de arena casi blanca que se extiende entre dos cabos y asfixiada por la espalda por unas montañas tapizadas de una espesa jungla, donde el mar Caribe transforma su turquesa en un blanco espumoso al reventarse contra el banco de arena y las rocas. Es idílico realmente. En el lugar sólo hay una serie de cabañas de techo de palma y una esplanada repleta de palmeras cocoteras y por ende de cocos caídos. El lugar lo regenta Albeiro, un local alto,robusto, moreno de tez y rasgos duros pero de amplía sonrisa blanca y acogedora. Siempre con su gorra y botas de caucho de caña alta, en su mano derecha un machete para abrir cocos. Junto a él vive Saya, una argentina hippie con sus dos hijos Tamara de 8 años y Terra de 5 al que bautizo como "el niño de la selva", ambos adorables que me recuerdan, quizás acentuado por la nostalgia, a mis primos, y con los que compartimos momentos muy simpáticos.
Los días pasan tranquilos en Playa Brava, no hay nada más que hacer que leer, escribir, pasear por la orilla o bañarte. Comemos coco diariamente y aprendemos a bajarlos de las palmeras, jugamos con Tamara y Terra y trabajamos para Albeiro recolectando cocos y rastrillando la parcela. Él a cambio nos deja poner la tienda de campaña gratis. Un día decidimos explorar más el parque y atravesamos de nuevo la jungla pasando por las ruinas de Pueblito, antigüo asentamiento de los indígenas Tayrona hasta llegar a la preciosa playa de San Juan del Guía donde la piedra caliza, grisacea casi blanca, las arenas doradas, las aguas turquesas y las palmeras verdes crean un paisaje dificilmente imborrable de mi memoria. Posiblemente una de las playas más espectaculares donde haya estado y posiblemente esté en mi vida.
Tras casi una semana de vivir en estado casi salvaje, exhaustos y oliendo a mono volvemos a la civilización. Pasamos de nuevo por Cartagena antes de partir hacía Panamá, para juntarnos durante el finde con Roosa y Paola y disfrutar de unos días agradabilísimos y unas noches muy divertidas al son de la salsa.

Amanece en la selva, Sierra Nevada al fondo.

Playa Brava.

Playa Brava

Vivir en la selva.

Playa San Juan del Guia

San Juan del Guia al atardecer.

Reencontrandome con el mar

Saya, Tamara, Terra, Ricardo y yo. Despedida.

Con Albeiro, Despedida,

Cruzando la selva,

La masa verde.