viernes, 2 de noviembre de 2012

Cruzando la frontera decisiva. De Colombia a Panamá.

Octubre 2012.

El cruce de Colombia a Panamá era uno de los momentos cruciales del viaje. De esto dependía culminar con éxito la expedición o por el contrario recoger los bártulos y volverse a casa. Y estuvimos a un minuto de que pasara lo segundo.

Mucho nos habían hablado a lo largo de nuestra ruta hacía el norte sobre lo difícil y peligroso del cruce, ¿la razón?. Una impenetrable selva y su correspondiente cordillera se interponen entre Colombia y Panamá, la zona se le conoce como el tapón del Darién y es una de las últimas fronteras naturales que quedan en este, ya tan comunicado, mundo. Entre los peligros que esconde la región tenemos actividad narcotraficante y de la guerrilla colombiana FARC y es además un lugar infestado de serpientes venenosas y mosquitos con la densidad más alta de dengue y malaria de todo centroamérica.

Bien, con tal panorama barajamos varias opciones, desechando en primer lugar un carísimo avión totalmente fuera de presupuesto que nos cruce y una travesía idílica en velero por el archipélago de San Blas. Lo único que nos queda es embarcarnos como tripulantes en algún mercante que tenga rumbo al país vecino pero pasan los días y no lo conseguimos. Sólo nos queda la opción más larga y barata. Un cruce de cuatro días.

Para ello tomaremos un bus eterno hasta Montería y de ahí un coche que cruza la selva hasta Turbo. Nuestro conductor, Michael, de 26 años, es un trabajador nato y vive con su novia recién embarazada en la casa que él construyó con sus propias manos para los dos. Gracias a su hospitalidad conseguimos pasar la noche en su porche y refugiarnos de Turbo que es un pueblo peligroso, infecto y oscuro. A la mañana siguiente nos acerca al muelle desde donde sale nuestra primera lancha, con dos horas de retraso, hasta Capurgana.

Durante el trayecto cruzamos los manglares hasta llegar a un mar azul, de bahías cristalinas y sosegadas. Llegamos a Capurgana, que será nuestro último pueblo en Colombia. Aquí el tiempo se detiene. Se trata de un pueblecito pesquero, turístico y aislado de la civilización por la selva que lo rodea y la ausencia de carreteras. La única manera de llegar es en barco atravesando un Caribe esmeralda.
El pueblo es pequeño y encantador, y me imagino que así sería la Moraira de antaño que me describía mi abuelo. Capurgana se asoma a un pequeño puerto natural donde las aguas transparentes dejan ver los arrecifes. La selva verde, intensa, aplasta a la población por el oeste y las palmeras se dejan caer sobre la arena y aguas cálidas del mar Caribe. Pasamos una reconfortante noche aquí.

Amanecemos con una tormenta tropical que afecta toda la zona y que hace que los paisajes y colores del mar se vuelvan espectaculares. La lanchita, un cayuquito, atraviesa un mar de aceite esmeralda mientras nosotros nos empapamos con una lluvia torrencial.
Al cruzar Cabo Tiburón entramos en territorio panameño, antes hacemos una parada en la bahía de ensueño de La Miel de aguas turquesas y donde la selva acaricia el mar. Tras dos horas llegamos a Puerto Obaldía, puesto fronterizo y militar, y pueblo aislado de la civilización.

Ya estamos en Panamá pero entrar va a ser más difícil de lo que esperábamos. Con unas leyes aduaneras más que exigentes y un agente de aduanas incompetente y que ejerce el abuso de su autoridad, la mayoría de gente tiene problemas para entrar por este punto de la geografía panameña. Y como no podía ser de otra manera a nosotros nos toca, en particular a Ricardo a quién casi lo deportan, conmigo detrás. Después de mucha psicología, paciencia y habladuría conseguimos ambos la estampa en el pasaporte. Eso sí, tardamos un día para entrar, cuando este trámite se hace en apenas 20 minutos. No somos los únicos que lo sufren.

Pasamos el día merodeando por el pueblo como zombies con el resto de viajeros, esperando a que se junte un grupo para que salga una lancha a Cartí, el primer punto que tiene conexión con la ciudad de Panamá.

Aprovechamos para hacer amigos; una alemana que lleva un año dando la vuelta al mundo en su bicicleta. Unos músicos argentinos, errantes como nosotros y con los que acabamos haciendo buenas migas y compartiendo momentos tanto en Panamá como más adelante en Costa Rica. También está Jay, el neozelandés que conocimos de camino a Turbo y con quién establecemos una fugaz pero bonita amistad.

Esperamos hasta casi el punto de desesperar. Tenemos que pasar la noche en Puerto Obaldía, hasta mañana no saldrá la barca. Dormimos en el patio de una casa aún húmedos del día en el mar. Hemos comido poco y bebido menos. Nos queda poco dinero.

Al día siguiente al amanecer embarcamos en un cayuco de apenas 6 metros de largo y 2 de ancho, con un motorcito de 75cv. Pasaremos 8 horas aquí hacinados, empapados por las tres tormentas tropicales que cruzamos y tiritando de frío por el viento del mar. El viaje es duro, muy duro, y pienso en los miles de subsaharianos que hacen algo parecido para llegar a las costas de mi país. Yo lo hago por placer ellos por necesidad. Siento compasión.

La otra cara de la moneda es la oportunidad de atravesar la remota comarca de Kuna Yala, haciendo escalas para repostar en pequeñas islas donde los Kuna siguen viviendo alejados de la civilización y el ritmo frenético de la vida moderna siendo una de las tribus indígenas más aisladas del mundo actualmente.

Cruzamos también la infinidad de islas paradisíacas que forman el archipiélago de San Blas donde algunos islotes son tan pequeños que apenas hay espacio para tres palmeras cocoteras. Parece que estemos navegando por un fondo de pantalla de Windows. Mientras tanto la impenetrable selva de la cual nos hablaron pasa frente a nosotros a unas cuantas millas, acompañándonos siempre como telón de fondo.

Finalmente, entumecidos, hambrientos y muertos de frío, con el equipaje empapado y con imagenes difíciles de borrar de la memoria llegamos a la playa de Cartí, donde cogemos un 4x4 que nos cruza la selva hasta la cosmopolita y moderna ciudad de Panamá.

Llegamos al hostel después de cuatro días vagando, durmiendo en el suelo y después de pasar casi dos dias sin comer. Por fin una cama y una ducha caliente. Alguién sugiere un McDonalds... Bienvenidos a Panamá donde la selva y el estilo de vida gringo se encuentran.

viernes, 26 de octubre de 2012

COLOMBIA. Viva, diversa y colorida.

Septiembre y Octubre de 2012.



Colombia, tierra cafetera, de ron, salsa y aguardiente nos recibe con un paisaje de montañas verdes, praderas y vacas que dista mucho del concepto que uno tiene de este país. Hemos entrado desde Ecuador, cruzando valles con volcanes realmente bonitos y nos dirigimos a nuestro primer destino en territorio colombiano, Cali.

Cali. Al son de la salsa.

Realmente nuestro paso por Cali es fugaz, de apenas tres días. Mucho nos habían hablado de Cali, famosa en sus tiempos oscuros por ser el cartel rival del de Escobar en Medellín. Lejos de ser una ciudad bonita, Cali se ahoga por el día en el Valle del Cauca y se refresca por las noches cuando los timbales, trompetas y maracas dan los primeros acordes de la salsa.
 La capital colombiana de la salsa nos enseña nuestros primeros pasos en este baile caribeño y "el dile que no", "el carrito", "carrito y no la suelto" o "exhibela" son expresiones que unimos a nuestro vocabulario y diario de vivencias de este viaje. Pasamos momentos muy divertidos intentando seguir a nuestros profesores y nos llevamos un buen sabor de boca de esta primera experiencia colombiana.
Sin embargo, Cali no consigue seducirme, se trata de una ciudad destartalada, en algunos puntos sucia. Ni moderna ni antigua, sin muchos monumentos destacables y sin nada característico. Eso sí los caleños son gente realmente acogedora, amable y muy feliz.
Además es aquí donde pruebo por primera vez el guarapo, un zumo de caña de azucar y lima que ayuda a soportar el calor húmedo de esta ciudad.



Guarapo

Clases de salsa

Bogotá. Políticamente correcta.

Tras otro autobús eterno, a lo que ya estamos acostumbrados, llegamos a la metrópoli más alta del mundo y a la tercera capital detrás de La Paz y Quito. Bogotá a  2600m es monstruosamente grande, sobrepasa los 7 millones de habitantes, pero para mi sorpresa está bastante bien organizada.
Gracias a la hospitalidad de Bea Pino, tenemos un triplex de diseño en la mejor zona de la ciudad a nuestra disposición para poder disfrutar de Bogotá durante casi una semana, somos realmente unos afortunados.
Nuestra casa tras una noche de Pizzas y fiesta


Durante seis días descubro una ciudad moderna, con aires europeos llena de sushi-bars,restaurantes y discotecas con estilo. El barrio Chicó, donde nos quedamos, nada tiene que envidiar a los barrios residenciales más famosos de capitales de renombre. Aquí los modernos complejos de viviendas trepan por las laderas de las montañas de la cordillera oriental, y hace que las calles se cubran de una espesa vegetación y de parques perfectos para hacer footing después de un duro día de trabajo en la zona financiera, un poco más al norte, donde los edificios de vidrio y acero son los protagonistas, o quizás en el sur donde los rascacielos más emblematicos de la ciudad de la década de los 70  como el Avianca o la Torre Colpatria se entremezclan con un centro bullicioso, con estampas más populares, plazas llenas de vida, cafés clásicos y vendedores de esmeraldas.
El barrio histórico es "la joya de la corona". Realmente bien conservado, puedes pasear por pintorescas calles coloniales con fachadas y balcones de entre los siglos xvi y xix, visitar el museo del hijo pródigo del arte colombiano, Botero o trepar por las empinadas calles que te llevan al corazón del barrio de la Candelaria, el barrio universitario y bohemio de la ciudad, colorido y simpático con miles de sitios acogedores y originales donde comer barato o tomar una birra. Es aquí donde encuentras la Plazoleta del Chorro de Quevedo lugar donde Jiménez de Quesada fundó la ciudad en 1538.
La guinda de este pastel histórico es la monumental plaza Simón Bolívar, donde en 360 º puedes observar diferentes estilos arquitectónicos que definen las diferentes etapas y los acontecimientos más significativos de la ciudad. Si se tiene suerte, como nosotros, un simpático vagabundo, famoso ya en la plaza, hará de historiador y te contará los secretos de esta plaza con un importante significado en la política e historia del país.

Botero

Patio colonial

Plaza Simón Bolívar

Centro de Bogotá

Subiendo a Monserrate

Bogotá desde Monserrate



Además de visitar museos, como el inigualable Museo del Oro, ver iglesias coloniales y barrocas y subir a ver las panorámicas desde el cerro Monserrate en un moderno teléferico, también tenemos tiempo para disfrutar de la escena nocturna bogotana, selecta y muy animada en la famosa zona T, donde los clubs, discotecas y casinos más vanguardistas y exclusivos ofrecen dosis altas de diversión a precios más que caros.

El camino verde que lleva a Medellín.

El trayecto Bogotá-Medellín es quizás uno de los viajes más bonitos que he hecho desde que salimos de Santiago.
El camino comienza sin mucho atractivo pero es cuando el autobús pasa por el último pueblo de las afueras de Bogotá cuando el paisaje se torna espectacular. La carretera abandona los 2600m a los que se encuentra la capital y va descendiendo entre valles verdes y riscos nublados. Pronto aparecen las primeras poblaciones, de casas coloridas, la mayoría con porche y en la puerta unas gallinas correteando. Alrededor de los pueblos hacen acto de presencia plantaciones de aguacate, caña de azucar, guayaba y café. Hay preciosas haciendas esparcidas por las laderas, de esas que evocan historias de novela.
De repente las montañas se vuelven altas de nuevo, el bus trepa por ellas y las vistas se vuelven panorámicas y superlativas. El paisaje de la zona cafetera de Colombia se me clava en las retinas, que intentan captar cada detalle de los valles verdes, las plantaciones que se descuelgan por las empinadas laderas como si parchearan las montañas, los acantilados de vértigo y las tormentas tropicales que se van formando ya a estas horas de la tarde en diferentes puntos de la sierra.




Medellín. La vanguardia irreverente.

La segunda ciudad en importancia de Colombia nos recibe con una marea de luces anaranjadas titilantes que se van cayendo desde las montañas hacia el valle que encierra a los 2.5 millones de habitantes que la forman.      .
Nos dirigimos a la casa de Felipe, que nos acogerá durante unos días mientras conocemos la ciudad y a su pueblo, los paisa. "Paisa" es la denominación que se les da a los que viven en esta zona de Colombia y tienen fama de ser muy orgullosos de su tierra y muy acogedores.
La primera noche la pasamos hablando con Felipe sobre qué ver y hacer en la ciudad. A simple vista parecía que no nos iba a ofrecer mucho pero Medellín está en constante renovación y pasear por sus calles es descubrir porque es un referente para el resto de metrópolis sudamericanas. Ejemplo de desarrollo urbanístico, económico y social.
Durante los tres días que pasamos recorriendo sus barrios, veo arquitectura contemporánea en bibliotecas y centros de negocios, destacando las bibliotecas España, EPM y Lagraif. Parques impolutos donde relajarse, como el de "los pies descalzos" o el oasis del Jardín Botánico con su orquideareo. Edificios ultramodernos como el Edificio Inteligente, y emblemáticos como el Coltrej de los 70. Poco o nada hay de arquitectura clásica,excepto el coqueto y colorido "Pueblito paisa" donde aun puedes pasear entre balcones coloniales y casas de colores y la Catedral que construida con un millón doscientos mil ladrillos se trata de la mayor de sudamerica en su categoría. También hay que mencionar que la ciudad está muy bien comunicada por un moderno metro, y que incluso hay una comuna (barrio) con escaleras mecánicas y otra con el famoso metrocable. Una de las líneas de metro efectivamente es un impecable teleférico que trepa por el suburbio de Santo Domingo. Y es que Medellín no entiende de clases, las mejores bibliotecas con sus famosos diseños arquitectónicos reposan en los barrios más desfavorecidos, el metro llega a la casa de la persona más humilde y el inglés se promociona desde el norte hasta el sur de la ciudad, de ahí el lema de la ciudad "Medellín, la más educada". Todo esto crea una imagen de la ciudad un poco distorsionada, los yonkis (que se ven a centenares) quizás víctimas del pasado cartel gobernado por Pablo Escobar en los 80, se mezclan con ejecutivos de traje. Las casas más básicas de los suburbios tienen como telón de fondo espectaculares obras arquitectónicas y modernas estaciones de metro. En una manzana pasas de ver gente tirada en el suelo con síntomas de muerte, a universitarios tirados en el suelo de su campus diáfano de hormigón y fuentes mientras prestan atención a una conferencia gratuita sobre la cultura maya. Todo aquí está junto, lo mejor y lo peor de la sociedad, los ricos y los pobres, los que estudian libros y los que lo hacen en las calles.
Es una ciudad que mira al futuro intentando fomentar la unión de todos y la igualdad de oportunidades. Sin embargo yo me pregunto si tanta infraestructura espectacular en barrios tan pobres conseguiran el objetivo de crear una sociedad más justa o el rico seguirá mirando desde la comodidad de su ventanilla de metro o teleférico como los desteñidos barrios periféricos admiran obras de un mundo muy lejano al suyo.
Sea como fuere merece la pena intentarlo, y Medellín, la ciudad de la eterna primavera cree en su proyecto de desarrollo que es interesante conocer y entender.

Biblioteca EPM



Parque Botero



Pueblito Paisa.

Catedral de Medellín

Metrocable sobre Santo Domingo


Jardín Botánico.


Camino a Cartagena.

Serpenteamos por carreteras de vértigo para salir de la ruidosa Medellín, de la cual yo empezaba a estar saturado durante una noche espectacular, de tormenta tropical. La mañana nublada pero tranquila da paso a un paisaje que ha cambiado, estamos ya cerca de las costas caribeñas y las altas montañas quedaron atrás. Ahora las colinas suaves y las praderas son la norma. Una alfombra verde, salpicada con grandes árboles como el camajo, palmeras cocoteras y plantaciones bananeras pasan por delante de mis ojos. Parece que hemos llegado al trópico.También se ven infinidad de cebúes pastando y asentamientos indígenas  que  bien podrían ser Emberas o Tayrona por la zona geográfica. El bus se acerca poco a poco a la mágica Cartagena de Indias.

Luces y colores de Cartagena de Indias. 

Cartagena de Indias enamora. Te embauca y te envuelve en su aura de romanticísmo, en sus luces de crepúsculo con buganvillas carmesí que se precipitan desde los balcones coloniales. Los faroles de forja de luz anaranjada que iluminan calles adoquinadas cuando el sol se esconde tras un mar Caribe que alimenta tormentas y tempestades como las que azotaron a galeones en las épocas de piratas y colonizadores.
Piérdete por Cartagena, por sus calles de fachadas de colores pastel, de palacetes y geranios y portones con enormes almadrabas con forma de iguana, con balcones escondidos en la hiedra y ahogados en buganvillas. Azules, verdes,rosas, morados, blancos, marrones todos forman parte de esta acuarela encerrada en las murallas construidas por los españoles para proteger el oro de la corona allá por el siglo XVI, cuando los temibles piratas como Francis Drake saqueaban la ciudad desde el mar Caribe. Piérdete en la historia, crea la tuya propia y dejate llevar por los sugerentes hoteles, restaurantes y terrazas que hacen de este sitio uno de los lugares más exquisitos del planeta. Ven con dinero y sino haz como yo cómprate un "raspado" o una cerveza y disfruta de las plazas rebosantes de vida, los atardeceres y la colorida vida cotidiana del caribe colombiano. Hay una Cartagena alternativa en Getsemaní, igual de colorida menos lujosa y más auténtica ,de puestos de comida callejera, partidas de ajedrez en la plaza de la Santísima Trinidad y noches de salsa, sudor  y aguardiente  en la calle la cuál disfruto y exprimo hasta la última gota.









Tayrona. Conexión con nuestro estado salvaje.

En donde la Sierra Nevada se tropieza con el mar Caribe, en la región de Santa Marta, se encuentra el salvaje y espectacular Parque Nacional Tayrona donde los monos ahulladores observan tus pasos y las serpientes Mapana acechan con su mordida letal, las playas, muchas de ellas vírgenes despliegan una belleza solo digna de ser admirada por los que se aventuran por los senderos que cruzan la espesa jungla del parque.
 Llegamos al pueblo de Calabazos,las puertas del Tayrona, ya de noche después de pasar por Barranquilla y Santa Marta. Nuestra intención adentrarnos en el Parque por la noche y amanecer ya en la playa idea que desechamos cuando los locales nos insisten en lo peligroso que es andar por la selva cuando está oscuro sobretodo por la temida serpiente Mapana. Puesto que no queremos acabar como aquel "gringo" incauto decidimos hacer noche en este simpático pueblo, que inevitablemente me recuerda al Macondo que Gabriel García Márquez describe en su Cien años de Soledad.
Del establecimiento que hace las veces de tienda de ultramarinos y bar, sale un repertorio de rancheras a todo volumen mezclado con carcajadas mientras los hombres del pueblo toman cervezas y se gastan bromas. Los niños corretean, las mujeres charlan alegres sentadas en las puertas de las casas, los jóvenes ligan. Nos invitan a formar parte de esta "fiesta" improvisada y familiar, hablamos con la gente les decimos de dónde somos, a dónde vamos que hacemos y lo pasamos en grande. El dueño del local, Manuel, nos deja acampar en el patio trasero, donde tiene un corral de peleas de gallos, todo sea para que la Mapana no nos muerda. Echamos un sueñecillo ligero y con las primeras luces del alba emprendemos camino a Playa Brava.
El cielo amoratado va dando paso al día mientras nos adentramos en una espesa y sofocante jungla. Ver amanecer en la selva no es algo que se haga todos los días y ver como la tupida Sierra Nevada despierta es una experiencia única. El camino se hace duro, poco a poco vamos avanzando por un sendero que conforme se aleja de la civilización se convierte en poco más que una pista que seguir. Atravesamos ríos, pasamos troncos caídos infestados de hormigas, árboles cuyas raíces forman sugerentes formas, hay lianas y se escuchan infinidad de ruidos. Somos un punto en una masa verde. Tras horas de caminata comenzamos a oir el rugido del mar, aún tardaremos una hora en descender a Playa Brava.
Playa Brava es una bahía de arena casi blanca que se extiende entre dos cabos y asfixiada por la espalda por unas montañas tapizadas de una espesa jungla, donde el mar Caribe transforma su turquesa en un blanco espumoso al reventarse contra el banco de arena y las rocas. Es idílico realmente. En el lugar sólo hay una serie de cabañas de techo de palma y una esplanada repleta de palmeras cocoteras y por ende de cocos caídos. El lugar lo regenta Albeiro, un local alto,robusto, moreno de tez y rasgos duros pero de amplía sonrisa blanca y acogedora. Siempre con su gorra y botas de caucho de caña alta, en su mano derecha un machete para abrir cocos. Junto a él vive Saya, una argentina hippie con sus dos hijos Tamara de 8 años y Terra de 5 al que bautizo como "el niño de la selva", ambos adorables que me recuerdan, quizás acentuado por la nostalgia, a mis primos, y con los que compartimos momentos muy simpáticos.
Los días pasan tranquilos en Playa Brava, no hay nada más que hacer que leer, escribir, pasear por la orilla o bañarte. Comemos coco diariamente y aprendemos a bajarlos de las palmeras, jugamos con Tamara y Terra y trabajamos para Albeiro recolectando cocos y rastrillando la parcela. Él a cambio nos deja poner la tienda de campaña gratis. Un día decidimos explorar más el parque y atravesamos de nuevo la jungla pasando por las ruinas de Pueblito, antigüo asentamiento de los indígenas Tayrona hasta llegar a la preciosa playa de San Juan del Guía donde la piedra caliza, grisacea casi blanca, las arenas doradas, las aguas turquesas y las palmeras verdes crean un paisaje dificilmente imborrable de mi memoria. Posiblemente una de las playas más espectaculares donde haya estado y posiblemente esté en mi vida.
Tras casi una semana de vivir en estado casi salvaje, exhaustos y oliendo a mono volvemos a la civilización. Pasamos de nuevo por Cartagena antes de partir hacía Panamá, para juntarnos durante el finde con Roosa y Paola y disfrutar de unos días agradabilísimos y unas noches muy divertidas al son de la salsa.

Amanece en la selva, Sierra Nevada al fondo.

Playa Brava.

Playa Brava

Vivir en la selva.

Playa San Juan del Guia

San Juan del Guia al atardecer.

Reencontrandome con el mar

Saya, Tamara, Terra, Ricardo y yo. Despedida.

Con Albeiro, Despedida,

Cruzando la selva,

La masa verde.


martes, 16 de octubre de 2012

Luna del caribe.


La tarde se oscurece de repente, como siempre a estas horas la naturaleza del trópico desata su furia con fuerza. Millones de gotas estallan contra un suelo verde y un mar plateado, las hormigas y mosquitos desaparecen y las luces de los relámpagos incendian un cielo amoratado. Es el momento del día para dejarse refrescar por el olor de la tierra mojada y la brisa que emana la tormenta, hay que resguardase, o no, y ver como el viento azota a las palmeras con fuerza, aunque éstas siempre ganen la batalla.
La calma llega con las primeras estrellas, cuando las nubes se retiran a dormir y dan paso a la luna del Caribe.
Desde que llegamos a Tayrona la luna ha acompañado nuestras noches. Al principio aparece anaranjada como si de una niña tímida que entra en un baile se tratase, muy cerca del horizonte observando un mar que se tiñe también de color de fruta a su paso. Las olas ahora iluminadas por un hilillo de luz de brasas nos acompañan en la cena. Conforme pasan las horas la luna del Caribe se viste de color perla, gana confianza y decide salir a bailar con un mar de purpurina y espuma blanca como la nieve. Las estrellas se apagan, ha llegado la reina del Caribe la que acompaña a nuestro aguardiente en la arena. Las palmeras se iluminan y les pongo nombre, el nombre de mis amigos. Esos que me esperan a miles de kilómetros de aquí.


sábado, 29 de septiembre de 2012

ECUADOR. Donde el sur y el norte se encuentran.


del 2.09.2012 al 16.09.2012

Llegamos a Ecuador a comienzos de septiembre en una mañana gris y húmeda con calor trópical. Salimos hace ocho horas de Máncora, dejamos atrás el Perú por el paso de Huaquillas y ahora estamos a escasos minutos de llegar a nuestra primera parada en este nuevo país, Guayaquil.

Ser parte de los Kittyle.

En Guayaquil nos espera Cris (la China), que vivió conmigo durante un tiempo en Santiago. Cris estudia ciencias políticas y es la típica ecuatoriana orgullosa de su país, por lo que fue, lo que es y sobretodo por lo que será.
Pero lo más importante de Cris no es sino su gran corazón, su disposición para hacer feliz a la gente y su acogedora bienvenida. Nos recibe con cara de sueño en el terminal de buses, no es para menos son las 7.30 de la mañana de un domingo, al vernos despliega su amplia sonrisa, esa que acompaña a sus característicos ojos rasgados, es una sonrisa cálida de esas que te hacen sentir en casa. Cargamos las mochilas en el "auto" con la misma personalidad humana que la dueña y vamos para su casa.
La familia Kittyle vive en una de las muchas selectas urbanizaciones que se disponen a la otra parte del río Guayas, en Samborondón. Esta zona es una miniciudad en sí misma, de hecho mucha gente no pasa por Guayaquil en días o incluso semanas puesto que aquí, en este lado del río, tienen todo lo que necesitan. A mi parecer viven en jaulas de oro pero es la única manera de estar tranquilos en una ciudad con bastantes problemas de seguridad.
Al ser domingo todos duermen hasta tarde y nosotros pasamos el tiempo hablando en la cocina sobre la situación del país y las curiosidades que encierra. De repente aparece Jessica, la madre de Cris, que nos recibe con la misma calidez que su hija y nos invita a que la acompañemos a desayunar "al lugar de los domingos", allí seguimos con la agradable conversación y disfrutamos de lo divertida y jovial que es esta mamá ecuatoriana.
Después volvemos casa a preparar la comida y aprendemos, entre risas, a cocinar un clásico ecuatoriano, los bolones de maduro. Los bolones de maduro, como su nombre indica son unas bolas realizadas con plátano y rellenas de chicharrón de cerdo y queso. Hay que tener en cuenta que el plátano para ellos es el banano grande y no muy dulce. Lo que nosotros conocemos en España como plátano aquí se le llama guineo. Y ojo, porque el plátano, y no el guineo, puede ser verde, pintón (a medio camino entre verde y maduro) o maduro y según el guiso se utiliza uno u otro.
Se hace la hora de comer y llega el abuelo de la familia, "Papi bello", como ellos le llaman. Un entrañable doctor en leyes, ya jubilado hace años que se deshace en cariños con sus nietos y sus hijas. En cierto modo me recuerda a mi abuelo, con su aspecto apuesto, conversación animada y jovial y su humor socarrón, pero sobretodo por lo que significa en la familia. Brindamos con un licor ecuatoriano (muy parecido a la mistela) y nos da la bienvenida a su familia. Y es que en realidad el tiempo que estuvimos con los Kittyle fuimos uno más.

Guayaquil. Colorida y acogedora.

Tras la comida llegan las tías a tomar café y jugar a las cartas. Nosotros nos vamos para la ciudad.

Guayaquil se encuentra al sur de Ecuador, a las orillas del río Guayas. Tiene una población de 2 millones de habitantes que se esparcen entre los diferentes cantones.
Nos dirijimos al cerro Santa Ana en el barrio de Las Peñas, como su nombre indica se trata de una loma por donde trepan pintorescas casas de colores coronadas por una ermita y un faro que alumbra las noches guayaquileñas. Es aquí donde entre escaleras, faroles de forja, fachadas de colores y vegetación tropical encontramos a Estef y Priscila, amigas de China, realmente muy simpáticas y con las que pasamos buenísimos momentos durante nuestro paso por Guayaquil.

Guayaquil sorprende, se trata de una ciudad comprometida con promover la cultura y gracias a ello disfrutamos de una tarde de cuentos, de un concierto de jazz y de la presentación de la película ecuatoriana El Pescador. Sorprende también el Parque de las iguanas, en donde decenas de estos ejemplares campan a sus anchas entre las palomas y las personas que se acercan a descansar bajo la sombra de los árboles. Si te acercas a las orillas del río justo bajo el cerro Santa Ana encontrarás casas coloniales de entre los siglos XVIII y XIX, cada una de un color con sus molduras y contraventanas blancas en ellas se encuentran galerías de arte, restaurantes, bares y hoteles-boutique con vistas pausadas. En alguna ventana se aprecian arremolinados en un perchero los típicos sombreros Montecristi, confundidos erróneamente con los famosos Panamá.
El color de este barrio bohemio se puede palpar en cada esquina. Aguas abajo encontramos el afamado Malecón 2000, proyecto urbanístico que dio un giro de 180º a la fisonomía y forma de entender la ciudad. Se trata de un paseo que recorre las orillas del Guayas que comienza en un centro cultural a lo Maremagnum barcelonés. Si recorres el paseo de principio a fin, además de disfrutar de la agradable vista del río y su brisa húmeda y fresca podrás observar por tu derecha como la ciudad de Guayaquil discurre con sus preciosos edificios neoclásicos en perfecto estado de conservación y adornados con altas palmeras, para una calle más allá mostrarte el ajetreo de una calle con edificios y rascacielos de los 60 al más puro estilo neoyorkino, para un poquito más adelante toparte con la vida cotidiana más popular del lugar.

Montañita. Entre surfer y hortera.

Tras unos días en Guayaquil vamos en busca de unos días de playa en Montañita. Esta población en su principio de tradición marinera, se ha convertido en uno de los destinos top para los jóvenes no sólo en Ecuador sino también en todo Sudamérica, de ahí la gran presencia sobretodo de argentinos.
Ahora se trata de un pueblo de cabañas de aire tropical, donde las cañas de bambú, la madera y los techos de hoja de palma son la regla general.

Todas las calles son una invitación a emborracharte o a baliar, es una especie de Ibiza pero con ambiente surfero. Este ambiente no es casualidad, la ola de derechas que rompe en su costa es de las mejores olas de la zona y por ello está repleto de surfers de todas las nacionalidades, y yo soy uno más de ellos.

Pasamos 4 días en un camping cercano a la playa, compartimos experiencias con todos los viajeros errantes que encontramos en este lugar, la mayoría vendedores de artesanía y de estilo de vida hippie. Los días transcurren entre mañanas de sol y surf aderezadas con batidos de guineo y ceviches de marisco, y tardes de mojitos en la calle de los cócteles que terminaban siempre en borrachera y discoteca playera.

Mal surf para ser sinceros, ya que las olas no están del todo bien pero que me permiten dar clases a Ricardo y además probar diferentes tipos de tablas, en todo caso siempre es genial estar surfeando en el Pacífico en bañador y que lo único que te preocupe es que el viento on-shore hoy se despierte un poco más tarde.

Parque Nacional Machalillas. Playa de Los Frailes.

Nuestro último día en la costa ecuatoriana lo pasamos con Cris y Dome que vienen a recogernos desde Guayaquil a Montañita para llevarnos a una playa virgen un poquito más al norte de Puerto López.
Hace una mañana de domingo animada en Montañita, todo el mundo sale a desayunar ceviche en los puestos de la calle porque se supone es lo mejor para el chuchaqui (la resaca), así que a ello vamos para retomar fuerzas y dirigirnos al destino de hoy.
A media mañana, con un día nublado aunque de calor aplastante ponemos rumbo al norte en Brian, el coche de Cris. La carretera transcurre entre aldeas de pescadores, bahías y tramos de densa selva verde con valles frondosos que acaban en playas solitarias, pasamos por poblaciones más importantes y turísticas como Puerto López y el paisaje se convierte en un bosque trópical seco, curioso es como cambia la estampa en pocos kilómetros.

La Playa de Los Frailes es una playa de arena blanca de aguas esmeraldas donde la vegetación llega casi a la orilla. No es la típica playa tropical de postal, no hay palmeras ni hace sol pero la bahía de media luna invita al relax y la reflexión.  Paseando en solitario llego a las calitas aledañas donde me siento a observar el vuelo silencioso de los pelícanos e intento ubicarme como un puntito en el mapa del mundo para luego sentirme diminuto ante la inmensidad del océano y el planeta Tierra. Me siento muy lejos de casa y de los míos pero me recorre un escalofrío al darme cuenta de lo afortunado que soy. Deshago el camino recogiendo el coral que llega a la orilla desde el arrecife sumergido unos metros más allá, pensando a quién le regalaré cada trocito a mi vuelta a casa.
La noche nos alcanza a la entrada de Guayaquil mientras cantamos bachata y merengue.

Baños. La aventurera.
Nos cuesta abandonar la comodidad del hogar de los Kittyle, pero debemos seguir con nuestra aventura si queremos cumplir plazos. Es hora de despedirse de una familia que llevaremos siempre en el corazón, suena a tópico y cursi, pero recibimos de ellos un trato familiar que difícilmente imaginábamos cuando cruzamos la frontera y que hace que nuestra estancia en el sur de Ecuador sea inolvidable.
El bus sale a Baños a medianoche y nos esperan unas 8 horas de viaje trepando la cordillera andina. De repente a eso de las tres de la madrugada el bus parece que tiene problemas y acaba dejándonos tirados en una curva en medio de ninguna parte, bajo una noche sin luna. El chófer y el auxiliar intentan arreglarlo sin éxito con el consejo del resto del bus que parece que tengan un máster en mecánica y lo único que hacen es divagar sobre algo que no tiene solución si no es pasando por un taller. Finalmente la solución es abordar los buses que pasan en dirección a nuestro destino. Indignados, aceptamos con resignación el viajar tirados en el pasillo de un bus que va hasta Ambato. Llegamos a Ambato a eso de las 8 y tenemos que coger otro bus aquí hasta nuestro destino final que tarda una hora más.
Baños se encuentra a 1800m de altitud en alguna parte de la sierra ecuatoriana, en las faldas del volcán activo Tungurahua de 5016m, el cuál hizo erupción por última vez en 2006 dejando centenares de damnificados.
La población está aislada, como si de una isla se tratase, por el río Pastaza, afluente del Amazonas y sólo está conectada con el resto del mundo por una serie de puentes que salvan la garganta del río. El emplazamiento es espectacular y aunque remoto no impide que el pueblo bulla con el turismo que llega en busca de naturaleza y deportes de aventura como el rafting, la escalada, el canopy o el parapente. Sin embargo, nuestro presupuesto sólo nos permite disfrutar de la belleza paisajística del lugar. Montañas escarpadas y valles estrechos, volcanes e infinidad de cascadas. Vegetación abundante y verde que recuerda en cierto modo al norte español es lo que ofrece este enclave idílico.

La casa abierta y multicultural de Juanka.
Siguiendo las indicaciones de Isa, una gaditana que lo dejó todo en España hace tres años para viajar por el mundo y que conocimos vendiendo artesanía en Máncora (Perú), encontramos una casa blanca de dos plantas de tejado a dos aguas. El piso de arriba con blaustrada de madera oscura y una hamaca que pendula suavemente con la brisa fresca de los Andes.
Llamamos al telefonillo entre curiosos y tímidos. Nos abre la puerta una chica australiana de cuyo nombre no me acuerdo que nos mira con cara de "sé a lo que venis". Preguntamos por Juanka y tratamos de explicar el porqué de nuestra visita. Ella actúa como si en realidad nos estuviese esperando y dice que podemos volver con nuestras cosas más tarde para instalarnos.
Cuando cae la noche volvemos a la casa con las cosas que habíamos dejado en una agencia de turismo mientras hacíamos un tour por las cascadas de la zona. Al entrar nos recibe Juanka, grandote de pelo largo y cara redonda, con expresión bonachona y acogedora lo único que dice es " tengo a diez surfers más (por couchsurfing), así que instalaros por donde podáis y bienvenidos a casa". Es cierto, en el interior hay muchísima gente de diferentes nacionalidades todos de paso, todos distintos pero con un punto en común las ganas de conocer el mundo y la gente, las ganas de vivir una vida intensa.

La puerta del Amazonas.
Una de la cosas pendientes que teníamos en el viaje era conocer la selva del Amazonas o por lo menos acercarnos. Un viaje por Sudamérica donde la selva amazónica está presente en casi la totalidad del continente y no pasar por ella no tenía mucho sentido. Así que, es aquí en Ecuador donde nos adentramos en la masa verde de la selva más grande del mundo.
Salimos pronto de Baños en dirección al oriente, conforme vamos dejando atrás la altitud y los angostos valles andinos se convierten en una extensa llanura verde hasta donde alcanza la vista el calor aumenta y la humedad se vuelve difícil de sobrellevar.
La primera parada la hacemos para visitar una reserva de monos, aquí conocemos a los capuchinos y lanudos y jugueteo con el curioso y pícaro mono payaso que se sube y se baja de mis hombros y cabeza como si yo fuese un árbol más.
Después de la simpática visita continuamos hacia el interior de la selva donde la carretera serpentea entre una vegetación que cada vez se hace más densa y donde intento adivinar que clase de plantas estoy viendo, sólo reconozco plataneras, algunas especies de palmeras, bungavillas e ibiscos lo demás son árboles, flores y plantas completamente desconocidas para mí. Posiblemente sea el paisaje más exótico que haya visto nunca.
Entre curva y curva llegamos a un poblado indígena Kichwa a las orillas del río Puyo, el asentamiento son unas cuantas casas circulares de madera y techo de palma donde conocemos las tradiciones y costumbres de la tribu. Probamos la chicha, una bebida hecha a partir de fermentar yuca y que para ellos es su cerveza. Disparamos con cerbatana y nos pintamos la cara con achote, un fruto del cuál sacan una tinta roja. Conocemos los remedios naturales y las propiedades purificadoras de las plantas como la uña de gato o la sangre de drago. La guinda de la experiencia es "navegar" río abajo en las estrechas canoas indígenas y dejarnos llevar por los sonidos y los colores de la selva. Observar a los martines pescadores y a los colibríes pasar a escasos metros de nosotros ajenos a nuestra presencia.
Llegamos a comer a una cabaña perdida en medio de la selva, a las orillas de un riachuelo donde nos refrescamos, el lugar es idílico. Tras la comida andamos por la espesa selva en busca de una catarata escondida entre la maleza, el lugar es increible y caigo en la cuenta de que estamos en medio de la nada, a donde miro solo veo árboles enormes que compiten por conseguir los rayos del sol. Imagino que para ellos debe ser la misma sensación que estar en medio de Manhattan en hora punta, como si luchasen por conseguir su espacio vital en esta megaselva superpoblada por millones de especies.
La tormenta tropical estalla en miles de gotas que caen con fuerza, nosotros corremos por la selva empapados disfrutando de un momento de tremenda libertad donde el ruido del agua ensordece y el olor a lluvia recién caída despierta los sentidos.

Quito. La perla andina.
Conseguimos llegar a la capital ecuatoriana gratis después de poner una reclamación a la empresa de buses por lo ocurrido en el trayecto Guayaquil-Baños, así que ahorramos algo de dinero.
El trayecto se hace ameno, durante tres horas y media atravesamos los paisajes ecuatorianos. Sierras verdes, con vacas y caballos pastando en sus laderas y praderas. Bonitas casas de campo salpican las montañas. Similar al norte de España, pero con una excepción, los enormes volcanes que se pueden observar como telón de fondo. El más imponente el Cotopaxi de 5897m con su cumbre nevada que contrasta con sus faldas marrón chocolate.
Quito, fundada por Sebastián de Benalcázar en 1534, se sitúa en un precioso valle andino rodeado por cumbres nevadas de volcanes y bosques de ecualipto.
Es una ciudad que ha crecido de manera longitudinal y que con tan sólo millón y medio de habitantes tiene una extensión de aproximadamente 50km de norte a sur. El clima es templado, soleado, de noches frías y muy ventoso. Reposa a 2800m de altitud y quizás por eso tiene una luz mágica que lo baña todo de optimismo.
Visitamos la Mitad del Mundo, un pueblo situado al norte de Quito que ha sabido aprovechar su situación geográfica para atraer turismo. No hay más que un monolito y la línea del Ecuador, está bien, no es más que eso, pero para nosotros, y sobre todo para mí, cruzar al hemisferio norte tiene un significado mayor que para cualquiera de los que allí apretan los botones de sus cámaras.
Como conquistadores, con algo de emoción y el pecho hinchado cruzamos la delgadita línea que separa el Sur del Norte y ya me siento un poco más cerca de casa aunque el cruce oficial sea dentro de unos días cuando partamos hacia Colombia y dejemos definitivamente el sur atrás.
De vuelta a Quito quedamos con nuestro anfitrión, Mauricio Reinoso, ex compañero de colegio de Ricardo. Llevan 8 años sin verse y en el bus que nos lleva a su casa se ponen al día, es cuando me entero que Mauricio estudió Literatura y se lo dejó por su pasión, el arte marcial Bujinkan, del cuál es maestro. También trabaja como Comunity Manager en una empresa de comunicación.
Su casa en la zona "aniñada" (pija) es muy grande, agradable y bien decorada donde nos instalamos para pasar tres días descubriendo las distintas caras de esta ciudad.
Podemos decir que en realidad hay dos ciudades, la nueva Quito y la vieja Quito o como yo la llamo la Quito colonial.
En la parte nueva encontramos una ciudad por lo general bien organizada, con edificios nuevos, muchos de apariencia cara rodeados por jardínes. Las urbanizaciones y bloques de apartamentos trepan hacía las laderas encontrándose con los bosques. Hay centros comerciales y todos los servicios de una gran ciudad. Es en esta parte de la ciudad donde visitamos la casa-museo del conocido como "Pintor de Iberoamérica", Guayasamín. Su historia y su obra que plasma la injusticia social y refleja a su querida latinoamérica, sus culturas y sus señas de identidad, como el mestizaje, me fascinan. Disfrutamos también con la "Capilla del hombre" donde Guayasamín nos invita a reflexionar sobre la humanidad a través de sus murales y obras más destacadas. Último proyecto que el artista no pudo contemplar acabado antes de morir en 1999.
La Quito colonial enamora, pasear por sus empinadas calles con casas coloniales de diferentes colores de las cuales se asoman balcones con geranios y faroles de forja y ver como la vida transcurre detenida entre el pasado y el presente es una experiencia única.
El ambiente es festivo, la gente disfruta en familia de un día soleado y nítido. Hay vendedores ambulantes, puestos callejeros de comida típica y librerías interesantes con libros cubiertos por una densa capa de polvo.
Llegamos a la Plaza Grande, inmaculadamente blanca, inmaculadamente bonita y centro neurálgico de esta zona de la ciudad. Al lado izquierdo, la Catedral blanca y con cúpulas verdes de estilo morisco. Al frente el Palacio de Gobierno, también blanco, colonial con un porche de columnas de piedra y coronado con un reloj que parece detenido en el tiempo. A la derecha el Palacio Arzobispal de estilo colonial también y convertido en un centro comercial con pequeñas tiendas y cafés selectos.
A partir de aquí, cada esquina esconde una iglesia a cada cuál más espectacular y visitamos tantas como se interponen en nuestro camino. Aunque todas tienen algo, me quedo perplejo con la que, posiblemente sea la iglesia más bonita que he visto nunca, la de La Compañía de Jesús.
Ya su pórtico de piedra de estilo barroco impresiona pero es cuando te adentras en el mundo de pan de oro que encierran sus muros cuando enmudeces. Se trata de una verdadera joya del arte religioso. Es como si el retablo cubriera todas las paredes y techos y el detalle de cada rincón hace que no sepas cuando salir.
El templo jesuita que data del 1605 es en mi opinión una de las mayores expresiones del Barroco y merece ser visitada al menos una vez en la vida.
Después de tanto arte religioso y callejeo colonial el hambre pide un poco de atención así que nos vamos al Mercado a comer hornada, que es cerdo al horno con alguna salsa que no alcanzo a distinguir, y para pasarlo un refrescante y dulce jugo de coco.
Para finalizar el día en el barrio colonial, que fue nombrado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1978 subimos al Panecillo. El Panecillo es una colina coronada por una Virgen Alada construida con 7000 piezas de aluminio.
Desde aquí, con una vista panorámica de la ciudad rodeada por  los volcanes y a los pies del famoso Pichincha, con la luz de media tarde bañando el valle de San Francisco de Quito decimos adiós a la capital ecuatoriana y por ende sellamos el recorrido por el país donde el sur y el norte se encuentran. Mañana estaremos rumbo a Colombia.





lunes, 17 de septiembre de 2012

Un mes en ruta.

01.09.12


Nos encontramos en Máncora aprovechando las últimas horas de Perú, esta noche continuamos rumbo al norte por la Panamericana. Próximo destino Guayaquil, en Ecuador donde nos espera Cristina, que hará de anfitriona.
Me despido de Perú surfeando al atardecer en el point de izquierdas mancoreño, aunque con mucha corriente la ola esta buena y hay una puesta de sol espectacular. Mientras estoy en el agua hago balance de este mes de viaje, anécdotas y muchos kilómetros de descubrimiento. En tan sólo un mes hemos cruzado tres países donde he podido pedalear por el desierto de Atacama, el más árido del mundo, he contemplado el atardecer mágico del Valle de la Luna, he cruzado la inmensidad del Altiplano boliviano con sus lagunas de colores y sus cumbres nevadas, nos sentimos hormiguitas en el desierto blanco del salar más grande del mundo, el de Uyuni. Fuimos por un día mineros en la histórica mina de Cerro Rico, en Potosí y descubrimos lo sacrificado y peligroso que es este trabajo. Nos robaron. Y nos sumergimos en una caótica ciudad como La Paz. Conocimos la ancestral cultura Tiwanaku y nos dejamos seducir por la paz mediterránea del lago Titicaca y la Isla del Sol. Cruzamos la frontera con Perú al límite y llegamos a la preciosa ciudad de Cusco a perdernos por sus callejeulas y plazas coloniales, es aquí donde estuve hospitalizado dos días, pero me recuperé justo a tiempo para la llegada de María y nuestra expedición a la ciudad pérdida de los Inca, Machu Picchu, a la cual llegamos tras atravesar la selva peruana. Disfrutamos de unos días en la animada y colonial capital del Perú, Lima, y terminamos el mes en Máncora, donde sonaba el reagge y Jack Johnson, las palmeras cocoteras se movían al son de la brisa fresca del Pacífico, y la vida de playa, con surf incluido, era el plan de cada día. Donde bailamos salsa en discotecas inundadas por las olas del oceáno y bailamos bajo una inmensa luna llena en la full moon party. Hoy con un atardecer rojo, aun con salitre en las cejas me despido de mi primer mes de viaje, mañana el sol volverá a salir pero esta vez en Ecuador. La aventura continúa, nos vemos en el camino

lunes, 10 de septiembre de 2012

Máncora. Pausada y tropical.

27.08.2012

Los días pasan relajados en Máncora. Este pueblo costero del norte del Perú tiene un estilo de vida marcado por las mareas, las olas y los vientos. Poco más hay que hacer aquí sino es surfear o hacer kitesurf con los termales del mediodía.
Por las mañanas una visita al mercado local, comprar algo de fruta y verdura y de nuevo a la playa. Las palmeras cocoteras bailan con la brisa del Pacífico... a lo lejos se oye una guitarra. Santos, el señor que vende cocos en la playa aparece por el horizonte con su machete. Malu, la chica argentina que vende crepes al atardecer se acerca a conversar.Después de unos días aquí todos nos conocemos, somos la familia de viajeros. Ésa que comparte anécdotas e historias que han oído en los diferentes lugares por donde han pasado, somos consejeros y aconsejados.


De repente el viento baja y la ola perfecta de izquierdas me invita a surfearla por última vez, el sol lo tiñe todo de rojo y mientras floto observo como los barcos pesqueros salen a  faenar, unos pelícanos rozan las puntas de sus alas con la pared de la ola....respiro hondo, y me pregunto si esto es lo más parecido a la libertad.




Lima. Un balcón colonial al mar.

23.08.2012


A Lima llegamos desde Cusco, después de 22 horas de autobús. La capital peruana nos recibe con un cielo encapotado y tristón, típico por estas fechas, y que le da el apodo de Lima la gris.

Es cierto que es gris, la primera impresión es de una ciudad enorme, impersonal y para muchos caótica. Cierto que es caótica pero después de pasar por La Paz, me parece un oasis. Bueno tampoco, pero si que me resulta al menos más acogedora.

Nuestro hostel está en pleno corazón del barrio Miraflores, en el parque Kennedy. Desde aquí recorreremos  sus calles durante cuatro días y descubriremos una ciudad que gusta y que desencanta a partes iguales y nunca sabes con cuál de ellas quedarte.

Por un lado, está la ciudad gris,desordenada, con tráfico intenso, de ritmo frenético, insegura en muchos puntos y con poco que contar.

Por otro, tenemos una Lima colorida en sus fachadas coloniales, monumental con sus iglesias, conventos, palacetes y con su Catedral, los balcones compiten en las calles por ser el más admirado. Los barrios como Barranco le dan el toque bohemio y romántico a la ciudad. Asentada sobre una meseta que acaba en un barranco al mar, Lima se dispone como un balcón al Océano Pacífico al que los limeños se asoman a diario recorriendo el paseo que lo bordea. Tampoco hay que olvidar que es la capital gastronómica de sudamérica y tiene una escena nocturna digna de cualquier gran capital mundial.

Así que depende de uno, como en la vida, con que cristal observes esta metrópoli, y yo soy de los que ve el vaso siempre medio lleno.