viernes, 26 de octubre de 2012

COLOMBIA. Viva, diversa y colorida.

Septiembre y Octubre de 2012.



Colombia, tierra cafetera, de ron, salsa y aguardiente nos recibe con un paisaje de montañas verdes, praderas y vacas que dista mucho del concepto que uno tiene de este país. Hemos entrado desde Ecuador, cruzando valles con volcanes realmente bonitos y nos dirigimos a nuestro primer destino en territorio colombiano, Cali.

Cali. Al son de la salsa.

Realmente nuestro paso por Cali es fugaz, de apenas tres días. Mucho nos habían hablado de Cali, famosa en sus tiempos oscuros por ser el cartel rival del de Escobar en Medellín. Lejos de ser una ciudad bonita, Cali se ahoga por el día en el Valle del Cauca y se refresca por las noches cuando los timbales, trompetas y maracas dan los primeros acordes de la salsa.
 La capital colombiana de la salsa nos enseña nuestros primeros pasos en este baile caribeño y "el dile que no", "el carrito", "carrito y no la suelto" o "exhibela" son expresiones que unimos a nuestro vocabulario y diario de vivencias de este viaje. Pasamos momentos muy divertidos intentando seguir a nuestros profesores y nos llevamos un buen sabor de boca de esta primera experiencia colombiana.
Sin embargo, Cali no consigue seducirme, se trata de una ciudad destartalada, en algunos puntos sucia. Ni moderna ni antigua, sin muchos monumentos destacables y sin nada característico. Eso sí los caleños son gente realmente acogedora, amable y muy feliz.
Además es aquí donde pruebo por primera vez el guarapo, un zumo de caña de azucar y lima que ayuda a soportar el calor húmedo de esta ciudad.



Guarapo

Clases de salsa

Bogotá. Políticamente correcta.

Tras otro autobús eterno, a lo que ya estamos acostumbrados, llegamos a la metrópoli más alta del mundo y a la tercera capital detrás de La Paz y Quito. Bogotá a  2600m es monstruosamente grande, sobrepasa los 7 millones de habitantes, pero para mi sorpresa está bastante bien organizada.
Gracias a la hospitalidad de Bea Pino, tenemos un triplex de diseño en la mejor zona de la ciudad a nuestra disposición para poder disfrutar de Bogotá durante casi una semana, somos realmente unos afortunados.
Nuestra casa tras una noche de Pizzas y fiesta


Durante seis días descubro una ciudad moderna, con aires europeos llena de sushi-bars,restaurantes y discotecas con estilo. El barrio Chicó, donde nos quedamos, nada tiene que envidiar a los barrios residenciales más famosos de capitales de renombre. Aquí los modernos complejos de viviendas trepan por las laderas de las montañas de la cordillera oriental, y hace que las calles se cubran de una espesa vegetación y de parques perfectos para hacer footing después de un duro día de trabajo en la zona financiera, un poco más al norte, donde los edificios de vidrio y acero son los protagonistas, o quizás en el sur donde los rascacielos más emblematicos de la ciudad de la década de los 70  como el Avianca o la Torre Colpatria se entremezclan con un centro bullicioso, con estampas más populares, plazas llenas de vida, cafés clásicos y vendedores de esmeraldas.
El barrio histórico es "la joya de la corona". Realmente bien conservado, puedes pasear por pintorescas calles coloniales con fachadas y balcones de entre los siglos xvi y xix, visitar el museo del hijo pródigo del arte colombiano, Botero o trepar por las empinadas calles que te llevan al corazón del barrio de la Candelaria, el barrio universitario y bohemio de la ciudad, colorido y simpático con miles de sitios acogedores y originales donde comer barato o tomar una birra. Es aquí donde encuentras la Plazoleta del Chorro de Quevedo lugar donde Jiménez de Quesada fundó la ciudad en 1538.
La guinda de este pastel histórico es la monumental plaza Simón Bolívar, donde en 360 º puedes observar diferentes estilos arquitectónicos que definen las diferentes etapas y los acontecimientos más significativos de la ciudad. Si se tiene suerte, como nosotros, un simpático vagabundo, famoso ya en la plaza, hará de historiador y te contará los secretos de esta plaza con un importante significado en la política e historia del país.

Botero

Patio colonial

Plaza Simón Bolívar

Centro de Bogotá

Subiendo a Monserrate

Bogotá desde Monserrate



Además de visitar museos, como el inigualable Museo del Oro, ver iglesias coloniales y barrocas y subir a ver las panorámicas desde el cerro Monserrate en un moderno teléferico, también tenemos tiempo para disfrutar de la escena nocturna bogotana, selecta y muy animada en la famosa zona T, donde los clubs, discotecas y casinos más vanguardistas y exclusivos ofrecen dosis altas de diversión a precios más que caros.

El camino verde que lleva a Medellín.

El trayecto Bogotá-Medellín es quizás uno de los viajes más bonitos que he hecho desde que salimos de Santiago.
El camino comienza sin mucho atractivo pero es cuando el autobús pasa por el último pueblo de las afueras de Bogotá cuando el paisaje se torna espectacular. La carretera abandona los 2600m a los que se encuentra la capital y va descendiendo entre valles verdes y riscos nublados. Pronto aparecen las primeras poblaciones, de casas coloridas, la mayoría con porche y en la puerta unas gallinas correteando. Alrededor de los pueblos hacen acto de presencia plantaciones de aguacate, caña de azucar, guayaba y café. Hay preciosas haciendas esparcidas por las laderas, de esas que evocan historias de novela.
De repente las montañas se vuelven altas de nuevo, el bus trepa por ellas y las vistas se vuelven panorámicas y superlativas. El paisaje de la zona cafetera de Colombia se me clava en las retinas, que intentan captar cada detalle de los valles verdes, las plantaciones que se descuelgan por las empinadas laderas como si parchearan las montañas, los acantilados de vértigo y las tormentas tropicales que se van formando ya a estas horas de la tarde en diferentes puntos de la sierra.




Medellín. La vanguardia irreverente.

La segunda ciudad en importancia de Colombia nos recibe con una marea de luces anaranjadas titilantes que se van cayendo desde las montañas hacia el valle que encierra a los 2.5 millones de habitantes que la forman.      .
Nos dirigimos a la casa de Felipe, que nos acogerá durante unos días mientras conocemos la ciudad y a su pueblo, los paisa. "Paisa" es la denominación que se les da a los que viven en esta zona de Colombia y tienen fama de ser muy orgullosos de su tierra y muy acogedores.
La primera noche la pasamos hablando con Felipe sobre qué ver y hacer en la ciudad. A simple vista parecía que no nos iba a ofrecer mucho pero Medellín está en constante renovación y pasear por sus calles es descubrir porque es un referente para el resto de metrópolis sudamericanas. Ejemplo de desarrollo urbanístico, económico y social.
Durante los tres días que pasamos recorriendo sus barrios, veo arquitectura contemporánea en bibliotecas y centros de negocios, destacando las bibliotecas España, EPM y Lagraif. Parques impolutos donde relajarse, como el de "los pies descalzos" o el oasis del Jardín Botánico con su orquideareo. Edificios ultramodernos como el Edificio Inteligente, y emblemáticos como el Coltrej de los 70. Poco o nada hay de arquitectura clásica,excepto el coqueto y colorido "Pueblito paisa" donde aun puedes pasear entre balcones coloniales y casas de colores y la Catedral que construida con un millón doscientos mil ladrillos se trata de la mayor de sudamerica en su categoría. También hay que mencionar que la ciudad está muy bien comunicada por un moderno metro, y que incluso hay una comuna (barrio) con escaleras mecánicas y otra con el famoso metrocable. Una de las líneas de metro efectivamente es un impecable teleférico que trepa por el suburbio de Santo Domingo. Y es que Medellín no entiende de clases, las mejores bibliotecas con sus famosos diseños arquitectónicos reposan en los barrios más desfavorecidos, el metro llega a la casa de la persona más humilde y el inglés se promociona desde el norte hasta el sur de la ciudad, de ahí el lema de la ciudad "Medellín, la más educada". Todo esto crea una imagen de la ciudad un poco distorsionada, los yonkis (que se ven a centenares) quizás víctimas del pasado cartel gobernado por Pablo Escobar en los 80, se mezclan con ejecutivos de traje. Las casas más básicas de los suburbios tienen como telón de fondo espectaculares obras arquitectónicas y modernas estaciones de metro. En una manzana pasas de ver gente tirada en el suelo con síntomas de muerte, a universitarios tirados en el suelo de su campus diáfano de hormigón y fuentes mientras prestan atención a una conferencia gratuita sobre la cultura maya. Todo aquí está junto, lo mejor y lo peor de la sociedad, los ricos y los pobres, los que estudian libros y los que lo hacen en las calles.
Es una ciudad que mira al futuro intentando fomentar la unión de todos y la igualdad de oportunidades. Sin embargo yo me pregunto si tanta infraestructura espectacular en barrios tan pobres conseguiran el objetivo de crear una sociedad más justa o el rico seguirá mirando desde la comodidad de su ventanilla de metro o teleférico como los desteñidos barrios periféricos admiran obras de un mundo muy lejano al suyo.
Sea como fuere merece la pena intentarlo, y Medellín, la ciudad de la eterna primavera cree en su proyecto de desarrollo que es interesante conocer y entender.

Biblioteca EPM



Parque Botero



Pueblito Paisa.

Catedral de Medellín

Metrocable sobre Santo Domingo


Jardín Botánico.


Camino a Cartagena.

Serpenteamos por carreteras de vértigo para salir de la ruidosa Medellín, de la cual yo empezaba a estar saturado durante una noche espectacular, de tormenta tropical. La mañana nublada pero tranquila da paso a un paisaje que ha cambiado, estamos ya cerca de las costas caribeñas y las altas montañas quedaron atrás. Ahora las colinas suaves y las praderas son la norma. Una alfombra verde, salpicada con grandes árboles como el camajo, palmeras cocoteras y plantaciones bananeras pasan por delante de mis ojos. Parece que hemos llegado al trópico.También se ven infinidad de cebúes pastando y asentamientos indígenas  que  bien podrían ser Emberas o Tayrona por la zona geográfica. El bus se acerca poco a poco a la mágica Cartagena de Indias.

Luces y colores de Cartagena de Indias. 

Cartagena de Indias enamora. Te embauca y te envuelve en su aura de romanticísmo, en sus luces de crepúsculo con buganvillas carmesí que se precipitan desde los balcones coloniales. Los faroles de forja de luz anaranjada que iluminan calles adoquinadas cuando el sol se esconde tras un mar Caribe que alimenta tormentas y tempestades como las que azotaron a galeones en las épocas de piratas y colonizadores.
Piérdete por Cartagena, por sus calles de fachadas de colores pastel, de palacetes y geranios y portones con enormes almadrabas con forma de iguana, con balcones escondidos en la hiedra y ahogados en buganvillas. Azules, verdes,rosas, morados, blancos, marrones todos forman parte de esta acuarela encerrada en las murallas construidas por los españoles para proteger el oro de la corona allá por el siglo XVI, cuando los temibles piratas como Francis Drake saqueaban la ciudad desde el mar Caribe. Piérdete en la historia, crea la tuya propia y dejate llevar por los sugerentes hoteles, restaurantes y terrazas que hacen de este sitio uno de los lugares más exquisitos del planeta. Ven con dinero y sino haz como yo cómprate un "raspado" o una cerveza y disfruta de las plazas rebosantes de vida, los atardeceres y la colorida vida cotidiana del caribe colombiano. Hay una Cartagena alternativa en Getsemaní, igual de colorida menos lujosa y más auténtica ,de puestos de comida callejera, partidas de ajedrez en la plaza de la Santísima Trinidad y noches de salsa, sudor  y aguardiente  en la calle la cuál disfruto y exprimo hasta la última gota.









Tayrona. Conexión con nuestro estado salvaje.

En donde la Sierra Nevada se tropieza con el mar Caribe, en la región de Santa Marta, se encuentra el salvaje y espectacular Parque Nacional Tayrona donde los monos ahulladores observan tus pasos y las serpientes Mapana acechan con su mordida letal, las playas, muchas de ellas vírgenes despliegan una belleza solo digna de ser admirada por los que se aventuran por los senderos que cruzan la espesa jungla del parque.
 Llegamos al pueblo de Calabazos,las puertas del Tayrona, ya de noche después de pasar por Barranquilla y Santa Marta. Nuestra intención adentrarnos en el Parque por la noche y amanecer ya en la playa idea que desechamos cuando los locales nos insisten en lo peligroso que es andar por la selva cuando está oscuro sobretodo por la temida serpiente Mapana. Puesto que no queremos acabar como aquel "gringo" incauto decidimos hacer noche en este simpático pueblo, que inevitablemente me recuerda al Macondo que Gabriel García Márquez describe en su Cien años de Soledad.
Del establecimiento que hace las veces de tienda de ultramarinos y bar, sale un repertorio de rancheras a todo volumen mezclado con carcajadas mientras los hombres del pueblo toman cervezas y se gastan bromas. Los niños corretean, las mujeres charlan alegres sentadas en las puertas de las casas, los jóvenes ligan. Nos invitan a formar parte de esta "fiesta" improvisada y familiar, hablamos con la gente les decimos de dónde somos, a dónde vamos que hacemos y lo pasamos en grande. El dueño del local, Manuel, nos deja acampar en el patio trasero, donde tiene un corral de peleas de gallos, todo sea para que la Mapana no nos muerda. Echamos un sueñecillo ligero y con las primeras luces del alba emprendemos camino a Playa Brava.
El cielo amoratado va dando paso al día mientras nos adentramos en una espesa y sofocante jungla. Ver amanecer en la selva no es algo que se haga todos los días y ver como la tupida Sierra Nevada despierta es una experiencia única. El camino se hace duro, poco a poco vamos avanzando por un sendero que conforme se aleja de la civilización se convierte en poco más que una pista que seguir. Atravesamos ríos, pasamos troncos caídos infestados de hormigas, árboles cuyas raíces forman sugerentes formas, hay lianas y se escuchan infinidad de ruidos. Somos un punto en una masa verde. Tras horas de caminata comenzamos a oir el rugido del mar, aún tardaremos una hora en descender a Playa Brava.
Playa Brava es una bahía de arena casi blanca que se extiende entre dos cabos y asfixiada por la espalda por unas montañas tapizadas de una espesa jungla, donde el mar Caribe transforma su turquesa en un blanco espumoso al reventarse contra el banco de arena y las rocas. Es idílico realmente. En el lugar sólo hay una serie de cabañas de techo de palma y una esplanada repleta de palmeras cocoteras y por ende de cocos caídos. El lugar lo regenta Albeiro, un local alto,robusto, moreno de tez y rasgos duros pero de amplía sonrisa blanca y acogedora. Siempre con su gorra y botas de caucho de caña alta, en su mano derecha un machete para abrir cocos. Junto a él vive Saya, una argentina hippie con sus dos hijos Tamara de 8 años y Terra de 5 al que bautizo como "el niño de la selva", ambos adorables que me recuerdan, quizás acentuado por la nostalgia, a mis primos, y con los que compartimos momentos muy simpáticos.
Los días pasan tranquilos en Playa Brava, no hay nada más que hacer que leer, escribir, pasear por la orilla o bañarte. Comemos coco diariamente y aprendemos a bajarlos de las palmeras, jugamos con Tamara y Terra y trabajamos para Albeiro recolectando cocos y rastrillando la parcela. Él a cambio nos deja poner la tienda de campaña gratis. Un día decidimos explorar más el parque y atravesamos de nuevo la jungla pasando por las ruinas de Pueblito, antigüo asentamiento de los indígenas Tayrona hasta llegar a la preciosa playa de San Juan del Guía donde la piedra caliza, grisacea casi blanca, las arenas doradas, las aguas turquesas y las palmeras verdes crean un paisaje dificilmente imborrable de mi memoria. Posiblemente una de las playas más espectaculares donde haya estado y posiblemente esté en mi vida.
Tras casi una semana de vivir en estado casi salvaje, exhaustos y oliendo a mono volvemos a la civilización. Pasamos de nuevo por Cartagena antes de partir hacía Panamá, para juntarnos durante el finde con Roosa y Paola y disfrutar de unos días agradabilísimos y unas noches muy divertidas al son de la salsa.

Amanece en la selva, Sierra Nevada al fondo.

Playa Brava.

Playa Brava

Vivir en la selva.

Playa San Juan del Guia

San Juan del Guia al atardecer.

Reencontrandome con el mar

Saya, Tamara, Terra, Ricardo y yo. Despedida.

Con Albeiro, Despedida,

Cruzando la selva,

La masa verde.


martes, 16 de octubre de 2012

Luna del caribe.


La tarde se oscurece de repente, como siempre a estas horas la naturaleza del trópico desata su furia con fuerza. Millones de gotas estallan contra un suelo verde y un mar plateado, las hormigas y mosquitos desaparecen y las luces de los relámpagos incendian un cielo amoratado. Es el momento del día para dejarse refrescar por el olor de la tierra mojada y la brisa que emana la tormenta, hay que resguardase, o no, y ver como el viento azota a las palmeras con fuerza, aunque éstas siempre ganen la batalla.
La calma llega con las primeras estrellas, cuando las nubes se retiran a dormir y dan paso a la luna del Caribe.
Desde que llegamos a Tayrona la luna ha acompañado nuestras noches. Al principio aparece anaranjada como si de una niña tímida que entra en un baile se tratase, muy cerca del horizonte observando un mar que se tiñe también de color de fruta a su paso. Las olas ahora iluminadas por un hilillo de luz de brasas nos acompañan en la cena. Conforme pasan las horas la luna del Caribe se viste de color perla, gana confianza y decide salir a bailar con un mar de purpurina y espuma blanca como la nieve. Las estrellas se apagan, ha llegado la reina del Caribe la que acompaña a nuestro aguardiente en la arena. Las palmeras se iluminan y les pongo nombre, el nombre de mis amigos. Esos que me esperan a miles de kilómetros de aquí.