viernes, 2 de noviembre de 2012

Cruzando la frontera decisiva. De Colombia a Panamá.

Octubre 2012.

El cruce de Colombia a Panamá era uno de los momentos cruciales del viaje. De esto dependía culminar con éxito la expedición o por el contrario recoger los bártulos y volverse a casa. Y estuvimos a un minuto de que pasara lo segundo.

Mucho nos habían hablado a lo largo de nuestra ruta hacía el norte sobre lo difícil y peligroso del cruce, ¿la razón?. Una impenetrable selva y su correspondiente cordillera se interponen entre Colombia y Panamá, la zona se le conoce como el tapón del Darién y es una de las últimas fronteras naturales que quedan en este, ya tan comunicado, mundo. Entre los peligros que esconde la región tenemos actividad narcotraficante y de la guerrilla colombiana FARC y es además un lugar infestado de serpientes venenosas y mosquitos con la densidad más alta de dengue y malaria de todo centroamérica.

Bien, con tal panorama barajamos varias opciones, desechando en primer lugar un carísimo avión totalmente fuera de presupuesto que nos cruce y una travesía idílica en velero por el archipélago de San Blas. Lo único que nos queda es embarcarnos como tripulantes en algún mercante que tenga rumbo al país vecino pero pasan los días y no lo conseguimos. Sólo nos queda la opción más larga y barata. Un cruce de cuatro días.

Para ello tomaremos un bus eterno hasta Montería y de ahí un coche que cruza la selva hasta Turbo. Nuestro conductor, Michael, de 26 años, es un trabajador nato y vive con su novia recién embarazada en la casa que él construyó con sus propias manos para los dos. Gracias a su hospitalidad conseguimos pasar la noche en su porche y refugiarnos de Turbo que es un pueblo peligroso, infecto y oscuro. A la mañana siguiente nos acerca al muelle desde donde sale nuestra primera lancha, con dos horas de retraso, hasta Capurgana.

Durante el trayecto cruzamos los manglares hasta llegar a un mar azul, de bahías cristalinas y sosegadas. Llegamos a Capurgana, que será nuestro último pueblo en Colombia. Aquí el tiempo se detiene. Se trata de un pueblecito pesquero, turístico y aislado de la civilización por la selva que lo rodea y la ausencia de carreteras. La única manera de llegar es en barco atravesando un Caribe esmeralda.
El pueblo es pequeño y encantador, y me imagino que así sería la Moraira de antaño que me describía mi abuelo. Capurgana se asoma a un pequeño puerto natural donde las aguas transparentes dejan ver los arrecifes. La selva verde, intensa, aplasta a la población por el oeste y las palmeras se dejan caer sobre la arena y aguas cálidas del mar Caribe. Pasamos una reconfortante noche aquí.

Amanecemos con una tormenta tropical que afecta toda la zona y que hace que los paisajes y colores del mar se vuelvan espectaculares. La lanchita, un cayuquito, atraviesa un mar de aceite esmeralda mientras nosotros nos empapamos con una lluvia torrencial.
Al cruzar Cabo Tiburón entramos en territorio panameño, antes hacemos una parada en la bahía de ensueño de La Miel de aguas turquesas y donde la selva acaricia el mar. Tras dos horas llegamos a Puerto Obaldía, puesto fronterizo y militar, y pueblo aislado de la civilización.

Ya estamos en Panamá pero entrar va a ser más difícil de lo que esperábamos. Con unas leyes aduaneras más que exigentes y un agente de aduanas incompetente y que ejerce el abuso de su autoridad, la mayoría de gente tiene problemas para entrar por este punto de la geografía panameña. Y como no podía ser de otra manera a nosotros nos toca, en particular a Ricardo a quién casi lo deportan, conmigo detrás. Después de mucha psicología, paciencia y habladuría conseguimos ambos la estampa en el pasaporte. Eso sí, tardamos un día para entrar, cuando este trámite se hace en apenas 20 minutos. No somos los únicos que lo sufren.

Pasamos el día merodeando por el pueblo como zombies con el resto de viajeros, esperando a que se junte un grupo para que salga una lancha a Cartí, el primer punto que tiene conexión con la ciudad de Panamá.

Aprovechamos para hacer amigos; una alemana que lleva un año dando la vuelta al mundo en su bicicleta. Unos músicos argentinos, errantes como nosotros y con los que acabamos haciendo buenas migas y compartiendo momentos tanto en Panamá como más adelante en Costa Rica. También está Jay, el neozelandés que conocimos de camino a Turbo y con quién establecemos una fugaz pero bonita amistad.

Esperamos hasta casi el punto de desesperar. Tenemos que pasar la noche en Puerto Obaldía, hasta mañana no saldrá la barca. Dormimos en el patio de una casa aún húmedos del día en el mar. Hemos comido poco y bebido menos. Nos queda poco dinero.

Al día siguiente al amanecer embarcamos en un cayuco de apenas 6 metros de largo y 2 de ancho, con un motorcito de 75cv. Pasaremos 8 horas aquí hacinados, empapados por las tres tormentas tropicales que cruzamos y tiritando de frío por el viento del mar. El viaje es duro, muy duro, y pienso en los miles de subsaharianos que hacen algo parecido para llegar a las costas de mi país. Yo lo hago por placer ellos por necesidad. Siento compasión.

La otra cara de la moneda es la oportunidad de atravesar la remota comarca de Kuna Yala, haciendo escalas para repostar en pequeñas islas donde los Kuna siguen viviendo alejados de la civilización y el ritmo frenético de la vida moderna siendo una de las tribus indígenas más aisladas del mundo actualmente.

Cruzamos también la infinidad de islas paradisíacas que forman el archipiélago de San Blas donde algunos islotes son tan pequeños que apenas hay espacio para tres palmeras cocoteras. Parece que estemos navegando por un fondo de pantalla de Windows. Mientras tanto la impenetrable selva de la cual nos hablaron pasa frente a nosotros a unas cuantas millas, acompañándonos siempre como telón de fondo.

Finalmente, entumecidos, hambrientos y muertos de frío, con el equipaje empapado y con imagenes difíciles de borrar de la memoria llegamos a la playa de Cartí, donde cogemos un 4x4 que nos cruza la selva hasta la cosmopolita y moderna ciudad de Panamá.

Llegamos al hostel después de cuatro días vagando, durmiendo en el suelo y después de pasar casi dos dias sin comer. Por fin una cama y una ducha caliente. Alguién sugiere un McDonalds... Bienvenidos a Panamá donde la selva y el estilo de vida gringo se encuentran.