lunes, 15 de septiembre de 2014

Panamá. Vanguardista, próspera y chocante

Llegar a Panamá fue sin duda una de las etapas más duras del viaje sin embargo el primer país   centroamericano nos ofreció paisajes de ensueño, playas paradisíacas en sus islas caribeñas, una ciudad cosmopolita e interesante y la posibilidad de contemplar una de las obras maestras de la historia de la ingeniería.  Panamá además nos regaló la amistad de Luz, Ceci y Santi, tres argentinos con los que viajamos hacia el norte y con los que disfrutamos de playas, ciudades y noches de fiesta a ritmo de reagge.

Panamá City. A la vanguardia de centroamérica.

Panamá es pequeña pero su fisonomía es la de una gran ciudad norteamericana. Sus rascacielos blancos e impolutos son torres de cristal que se reflejan en la bahía queriendo impresionar a todo aquel que lo observe con su majestuosidad. Y sin embargo, si se echa la vista al suelo aparece el desorden, el bullicio y quizás la suciedad de  una ciudad de contrastes en la que los autobuses escolares norteamericanos han sido pintados de color rojo; los conocidos "diablos rojos" juegan a las carreras por las calles y avenidas, los famosos sombreros con el nombre del país se arremolinan en puestos callejeros. Panamá tiene síndrome de Estocolmo, y es que Estados Unidos ha dejado su impronta en esta nación centroamericana. Paseo por sus calles intentando comprender la relación tan íntima que han tenido estas dos naciones hasta que en el año 2000, EEUU devolviera el canal a los panameños y abandonara el país dejando un puñado de Mcdonalds, y mucha ideología gringa. Ciertamente hay dos Panamás que se miran de frente; la próspera, blanca e inmaculada y la colonial, decadente y más austera pero colorida. Es como meter en una coctelera Miami y La Habana. Me quedo con la de las casas señoriales, la de calles adoquinadas, la que se encuentra en ruinas, la que se ilumina con cafés y palacetes por las noches, la que mira al mar desde su muralla. Y la que esconde tras cada esquina un sabor latino y colorido.







Canal de Panamá.

Panamá no sería lo que es sin su archiconocida obra titánica de la ingenieria , el canal de Panamá. No puedo irme de la ciudad sin hacer una visita a las esclusas de Miraflores y ver como los cargueros y petroleros que llegan desde el Atlántico intentan llegar al Pacífico y viceversa. Es muy interesante, saber como realmente funciona ya que ha sido uno de los logros de ingeniería más importantes y prácticos de la historia, evitando que los barcos tengan que cruzar entre ambos Océanos por el cabo de Hornos en el extremo sur del continente americano. Esta obra ha ahorrado dinero y tiempo a miles de buques desde su inauguración en 1914. Con la visita a este símbolo del progreso y la conectividad del siglo XX digo adiós a la capital panameña. Para dirigirme a uno de los paraísos terrenales que ofrece el país, el archipiélago de Bocas del Toro.








                                 

sábado, 30 de agosto de 2014

BIEN ACABA LO QUE BIEN EMPIEZA


Llevo mucho tiempo dándole vueltas, releyendo mis estropeados diarios de viaje, rebuscando en mi memoria los momentos y observando las fotografías que hice ya unos dos años atrás. El blog se quedó en Panamá, justo desde aquel hostel de ambiente colonial vería su última publicación. El viaje continuó, se siguieron escribiendo páginas de lugares,gentes y aventuras, las plasmaba en mis cuadernos pero ya no pude seguir publicando puesto que mi ordenador no soportó los miles de kilómetros que llevaba a sus espaldas aplastado en mi mochila junto a los calcetines sucios, algo tan común hoy en día pero que para mí suponía un lujo fuera de mi alcance en aquel entonces.

Ahí se quedó todo. Acabé mi viaje justo en vísperas de la Navidad y regresé tras un año largo a mi querida España. Un vuelo que tomé desde la paradisíaca Cancún rumbo a Madrid ponía punto y final a un viaje y a una etapa de mi vida. Una etapa, la más intensa, retadora y llena de encontronazos hasta el momento. Por supuesto lloré cuando las ruedas del avión dejaron la pista del aeropuerto mexicano.

La vuelta no fue nada fácil, fue por momentos dulce,muy dulce y por otros amargos. Pasé de ser un viajero, un aventurero, o un vividor, como muchos me etiquetaron, a ser el tipo corriente y normal que vive en el centro de una ciudad normal, con su vida normal, pero...la "normalidad" se había vuelto para entonces en algo muy preciado y fui feliz cuando me reencontré con mi familia y amigos en la misma estación de tren que me vio marchar un año y pico antes, estallé literalmente de emoción.

Unas horas antes, en el otro lado del mundo, me despedí, en Guadalajara (México), de mi gran amigo y compañero de viaje, Ricardo y también dije adiós a dos grandes amigas Cris y Pilar. Fue quizás una despedida torpe como si no quisiéramos ver que eso se acababa, y cuando crucé el filtro de seguridad del aeropuerto pude sentir como la emoción nos invadía a todos a la vez, no miré atrás y me di cuenta que una parte de mi vida se quedaría siempre allí con ellos. Entonces recordé la gente que dejé en el camino; Santi, Ceci, Luz, Gonzalo, María, Nieves, David, Elena y una larga lista de gente que no sabría si volvería a ver. Una vez leí que la vida trata de aprender a despedirse y yo aunque ya voy siendo mejor, nunca me acostumbro a decir adiós.

Volver a la rutina me costó lo mío, al principio me daba la sensación que todo a mi alrededor había cambiado, pero al final me di cuenta de que el que había cambiado era yo. Poco a poco dejé de despertarme sobresaltado en mitad de la noche creyendo que estaba en aquélla diminuta tienda en medio de alguna selva junto a Riki y fui acostumbrándome a la mullida y confortable cama de mi habitación. Al poco tiempo comencé a trabajar, empecé a trazar planes de futuro y poco a poco de aquel Jacobo viajero y aventurero fue quedando tan sólo un recuerdo y un par de fotos. Me dolía abandonar esa faceta pero era parte del trato y sino me habría traicionado a mi mismo. A día de hoy he avanzado bastante profesionalmente, pero trabajo demasiado. A veces me siento y trato de imaginarme cualquier atardecer que vi en aquel viaje, algún olor me recuerda a algún mercado de alguna ciudad de algún país latinoamericano, alguna cara me resulta familiar, y a veces siento la libertad que un día tuve. A veces hablo con mi chica de esto y de nuestros futuros viajes juntos, tengo mucho que enseñarle y descubrir con ella. Pero de momento sigo siendo un tipo normal.

¿Por qué acabar esto después de tanto tiempo? porque escribir me transporta a esos lugares una vez más, y quizás en este momento lo necesite más que nunca. Porque es parte de mi historia. Porque es algo mío y hago y deshago como quiero y cuando quiero, y porque una amiga y compañera de trabajo me sorprendió el otro día cuando me dijo que me leía, que le inspiraba y que quería que lo acabase. Así que ahí va, se retoma el viaje Mayte.